Más de 20.000 ciudadanos homenajean en las calles de Zarautz al concejal del PP asesinado por ETA
, El cura, antes de dejarlo marchar, perfumó su ataúd de incienso y lo roció con agua bendita. Pero, al final, a José Ignacio Iruretagoyena le dieron tierra. El mismo rito repetido 820 veces desde 1968, el año que ETA empezó a matar. Ayer se enterró en Zarautz a un vasco de 35 años, padre de dos hijos, maderero y concejal del PP. Otras veces, tantas desde hace tantos años, les tocó morir y ser enterrados a niños -19 desde 1980, ancianos, mujeres, guardias civiles, políticos del centro y de la izquierda; albañiles, jueces y hasta a terroristas arrepentidos. Ayer, de nuevo, los ciudadanos -más de 20.000- dijeron "basta ya". Después de darle sepultura a José Ignacio, de velar su cuerpo destrozado durante una noche y un día.
Los vecinos de Zarautz se unieron a otros ciudadanos llegados de muchos lugares de Euskadi y a una amplia representación oficial para caminar en silencio contra los crímenes de ETA. Miles de personas tras una pancarta que pedía en euskera "paz ahora y para siempre" sostenida por Cándido Iruretagoyena, un hombre de 70 años y pelo blanco, un padre que acababa de enterrar al mayor de sus cuatro hijos.A las dos de la tarde de ayer, José Ignacio Iruretagoyena estaba solo. Solo y muerto en medio del salón de plenos de Zarautz. Durante toda la noche, su cadáver fue velado por su viuda, sus padres, sus tres, hermanos. Pero a esa hora ya se habían marchado a casa, a descansar un rato, a cuidar a Mikel y a Eneko, dos niños más -uno de cuatro años y otro de ocho meses- que se han quedado sin padre por la voluntad de ETA.
Un hombre entró entonces en la capilla ardiente. Se acercó al ataúd y se santiguó torpemente con la mano izquierda. Miró fijamente el rostro de José Ignacio, las marcas dejadas en su rostro por la explosión. Se apoyó en el féretro y se puso a llorar como un niño, desconsoladamente, sin vergüenza. Al darse la vuelta y salir, el policía local de la puerta lo saludó con respeto. El hombre que ya se estaba secando las lágrimas se llama Imanol Murua y es el alcalde de Zarautz.
No fue el único que lloró ayer en Zarautz. Pero el rojo de sus ojos, sus esfuerzos por mantener la entereza, impresionaron a todo el mundo. "No me lo puedo creer, entro ahí, lo veo muerto, me imagino su cuerpo destrozado y no me puedo hacer a la idea de que la semana que viene no vendrá al pleno", se quejaba secándose las lágrimas, ya en la plaza, enfocado de pronto por una cámara, asaltado súbitamente por un acceso de pudor: "¿Pero qué ha hecho José Ignacio para morir, qué hemos hecho nosotros para quedamos sin él?".
Una sábana blanca con un lazo negro en un balcón de la plaza. Zarautz vivió ayer su dolor en la intimidad, sin alharacas, sin la rabia desbordada de Ermua en la muerte de Miguel Ángel Blanco. Sin el miedo denso, palpable, de Rentería -antiguo feudo de HB- tras el asesinato de José Luis Caso.
Lo que de día llegó a parecer apatía -los comercios abiertos, el trajín de cualquier sábado, el sol y los juegos de los niños en la plaza- se convirtió al atardecer en protesta sin reparos.
Durante la misa, cantada en euskera y traducida al castellano, el padre Garrido -el cura de San Pelayo, la parroquia de José Ignacio- leyó una homilía enviada por el obispo de San Sebastián, monseñor José María Setién: "Tengo en mi mente, de manera especial, al Partido Popular que, como grupo político, es objeto de una violencia que no se detiene ni siquiera ante el asesinato de quienes legítimamente representan al pueblo".
Las palabras de Setién, que otras veces se antojan tan ambigüas, sonaron decididas ayer: "Una vez más pido a ETA, en nombre de Dios y de este pueblo vasco, que así lo pide de manera insistente y con el peso de una abrumadora mayoría, que deje de matar".
El ataúd salió de la iglesia de Santa María entre grandes aplausos. El padre y la hermana de Miguel Ángel Blanco lloraban desconsoladamente una tragedia tan sabida. Una mujer gritó: "¡José Ignacio, valiente!". Y un hombre de mediana edad le pidió a Juan María Atutxa, el consejero vasco de Interior: "¡Mételes caña a esos asesinos!".
El vicepresidente primero del Gobierno, Francisco Alvarez Cascos, salió de la iglesia apoyado en sus muletas y entre los aplausos de la gente. La ministra de Educación, Esperanza Aguirre, lloraba abrazada a Jorge Knopf, el otro concejal del PP en Zarautz.
Mientras la manifestación -más de 20.000 personas- el féretro de José Ignacio Iruretagoyena fue introducido en el furgón y conducido al cementerio. De cerca, seria como una vieja, una niña de apenas seis años miraba la escena apoyada en sus patines nuevos. Nadie fue ayer en Zarautz indiferente ante la muerte.
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