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La epopeya de los beduinos llega a un trágico final

La tribu de los jahalines, expulsada de sus tierras por el Gobierno israeli, se ha visto forzada a vivir en un basurero

La epopeya de los jahalines, una de las más importantes tribus beduinas de Israel, está llegando a su trágico fin: empaquetados dentro de contenedores han sido arrojados a un basurero. Es el epílogo de una larga historia que se inició hace más de cuarenta años, en Tel Arad, en el desierto del Neguev, de donde fueron expulsados por primera vez, lo que les obligó a buscar refugio a las puertas de Jerusalén. Pero ellos no son una excepción, otros muchos beduinos de la región se sienten amenazados o están ya en vías de extinción."Vivíamos en el desierto, dedicados al pastoreo y a la agricultura. Éramos seminómadas. Nuestro medio natural era el desierto del Neguev, en la región de Beersheba, a más de 200 kilómetros al sur de Tel Aviv. Habíamos vivido allí durante generaciones. Nuestras tierras de cultivo y pastoreo estaban en los alrededores de las colinas de Tel Arad, muy cerca de la carretera. Fue de allí de donde los soldados nos expulsaron por primera vez", explica el jeque de los jahalines, Jalil Salman Abughal yeh, mientras escoge cuidadosamente en inglés cada una de las palabras con las que trata de dibujar la historia de una tribu, diezmada y diseminada, de la que aparentemente sólo quedan 3.500 individuos.

El jeque Jalil, de 50 años de edad, licenciado en matemáticas y padre de diez hijos, se dedica desde hace mucho tiempo a otras actividades bastante más lucrativas que la enseñanza: la del comercio de cabras, ovejas o camellos. Ello le ha permitido disfrutar de un cierto desahogo económico, construirse una casa de piedra y cemento en el Jerusalén árabe y enfrentarse al futuro con mucho más optimismo que cualquier otro miembro de su propia tribu. Es un privilegiado. Pero a pesar de ello, no ha olvidado a los suyos y ha optado por encabezar esa rebelión pacífica que mantiene en jaque a las autoridades de Israel.

"Nos expulsaron por primera vez de nuestras tierras en 1952. Fue en la primavera. Hacía ya tiempo que nos habían llegado rumores de que el Ejército israelí quería desalojarnos de lo que consideraban su territorio y que estaba dispuesto a hacerlo por las buenas o las malas. Fue entonces cuando aparecieron los soldados, mientras los aviones Mirage sobrevolaban la zona", recuerda Jalil, al hacer recuento con sus palabras de los recuerdos de todos sus familares, que creen aún ver a los militares acercarse hasta el poblado, destrozar las tiendas y disparar contra sus habitantes. Así murió Mohamed Siaala, mientras estaba trabajando en una huerta cercana, y otros cinco miembros de esta tribu beduina.

El primer éxodo de los jahalines les llevó hacia el norte de Israel, diseminados en una zona difusa, entre Jericó y Hebrón. Pero el grupo más numeroso de la tribu optó por instalarse en las colinas desiertas de Ma'ale Adumim, a las puertas de' Jerusalén, en lo que entonces era tierra de nadie. Habían huido de Tel Arad llevándose lo que quedaba de sus moradas y rebaños, el mismo día en que los tractores y las excavadoras israelíes destripaban sus tierras en búsqueda de los restos arqueológicos de una antigua ciudadela canaanita, convertida hoy en atracción turística y en parque nacional.

"Las autoridades de Israel decretaron nuestra segunda expulsión en octubre de hace tres años, cuando convirtieron nuestras nuevas tierras en posesiones del Estado y proyectaron construir en ellas un gran asentamiento judío, similar a los que se están edificando en la zona del Jerusalén árabe. Durante más de tres años hemos estado batallando ante los tribunales, pero finalmente nos hemos tenido que rendir a su fuerza y aceptar ser trasladados a un lugar inhóspito e insalubre a poco menos de 500 metros del basurero de Jerusalén, en el interior de unos contenedores", se lamenta el jeque Jalil, al evocar aquella segunda irrupción del Ejército israelí en el campamento, cuando destrozó o se llevó las lonas de las tiendas hasta los cuarteles, rompió las jaulas y cercados de los animales y asustó a las ovejas y las cabras.

La abogada Lynda Brayer, presidenta de la Sociedad de San Yves -Centro Católico para la Defensa y Desarrollo de los Derechos Humanos, ha presentado ante el Tribunal Su premo siete pleitos para tratar de evitar la expulsión de los jahalines o en el mejor de los casos para intentar conseguir para ellos unos terrenos dignos donde construir sus casas de piedra y cemento. Para ello se necesita una aportación económica de alrededor de 600.000 dólares (alrededor de 90 millones de pesetas), a lo que habría que sumar el dinero suficiente para levantar sobre el terreno las obras de infraestructura urbanística.

"La reclamación de los jahalines no sólo es un tema jurídico. Es además una cuestión de orden constitucional y por lo tanto de carácter teológico. Nuestras demandas ponen en tela de juicio la manera como el Gobierno de Israel está construyendo su propio Estado, apropiándose de las tierras de Cisjordania y construyendo asentamientos ilegales en tierras árabes", afirma con contundencia esta abogada cristiano-judía, mientras bucea en los archivos de su despacho y pone encima de la mesa centenares de pliegos y documentos con los que testifica el trabajo realizado durante estos últimos años. Los jahalines irrumpieron días atrás en los consulados europeos de Jerusalén Este, entre ellos en el de España, para buscar el apoyo de la comunidad internacional y conseguir la ayuda necesaria para edificar sus casas. Pero por ahora nada de eso ha surtido efecto. Las promesas se han ido acumulando, mientras el viento frío del invierno azota las puertas de esos contenedores, convertidos por ahora en su único hogar.

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