Siberia lucha por un trato justo de Moscú
Los símbolos comunistas sobreviven aunque el sistema político y económico de la URSS esté ya enterrado
La estatua de Lenin sigue en su sitio en Irkutsk, la capital de Siberia oriental, insensible a los cambios que ha sufrido Rusia desde que, a finales de 1991, se rompió en pedazos la Unión Soviética y se certificó la defunción del régimen comunista. Los dos ejes principales de esta ciudad, de unos 650.000 habitantes, a escasos kilómetros del lago Baikal, y centro de un oblast (provincia) de 767.900 kilómetros cuadrados, son las calles de Lenin y Carlos Marx. La Administración regional se encuentra en la plaza de Kirov, dedicada al jefe del PCUS en Leningrado, cuyo asesinato (probablemente ordenado por Stalin) desencadenó en los años treinta las purgas de siniestra memoria que se cobraron millones de vidas.Y no es sólo en Irkutsk. A 450 kilómetros de distancia, en Ulán Udé, la capital de la república de Buriatia, que concentra la mayor proporción de población budista de toda la antigua URSS, una gigantesca cabeza de Lenin, de unos seis metros de altura, sigue dominando el paisaje urbano en la gigantesca plaza Soviétov. También en Jabarovsk y en VIadivostok, en el extremo oriental de Rusia, en la frontera con China y frente a Japón, sobrevive en piedra o en bronce el cerebro y estratega de la revolución de 1917 junto a monumentos que recuerdan a "los héroes que lucharon por el poder soviético", que por estas frías latitudes tardó algo más en llegar que a Moscú o Petrogrado (por otros nombres, San Petersburgo y Leningrado).
Los tiempos de crisis que recorren a la velocidad de tormenta de nieve siberiana el gigantesco territorio de Rusia hacen que los símbolos de la época comunista sean algo más que una muestra de respeto a la memoria histórica. Con maestros, médicos y obreros que llevan muchos meses sin cobrar, con una disminución de la producción superior al 50% en menos de seis años, con la corrupción y el crimen organizado infiltrado en las estructuras de poder y con pruebas más que sobradas de que en el lejano Moscú, el "centro", no les hacen demasiado caso, no es de extrañar que haya lugares, como Buriatia, en los que los comunistas ganaran las elecciones. Pese a todo, el modelo soviético está enterrado, y ni siquiera los dirigentes comunistas de hoy, aclimatados al nuevo sistema, tienen la pretensión de resucitarlo.
Eso no quita para que, aun siendo minoritarios, abunden los nostálgicos del viejo régimen, sobre todo entre las víctimas del nuevo, y muy especialmente entre los jubilados, que a veces cobran con escandaloso retraso sus pensiones de miseria. La rabia de esta gente está a flor de piel. Una viejecita me paró en la calle Carlos Marx de Irkutsk, me preguntó mi nacionalidad, y sin saber siquiera que era periodista me espetó: "Digan lo que digan de Stalin, con él vivíamos mejor. Ojalá lanzasen una bomba atómica que destruyese toda Rusia. Sería mucho mejor que seguir viviendo de esta manera".
El poder no está ahora en manos tan diferentes de los tiempos de la URSS. Muchos de los actuales dirigentes, probablemente la mayoría, proceden de la nomenklatura comunista. Como Ígor Lebedínets, ex presidente de la Duma del territorio de Primorie (capital, VIadivostok) y hoy dirígente de un partido de oposición al gobernador Yevgueni Nasdratenko, ex compañero de militancia. Lebedínets se confiese partidario de la via reformista que encama el primer vicejefe de Gobierno Anatoli Chubáis (debilitado tras la última crisis). Lebedínets, de 49 años, fue hasta 1991 "el militante más rojo que podía haber", desde las filas del Konsomol (juventudes comunistas) o del propio partido, un ejemplo de esos "directores rejos" de grandes empresas que formaban el tejido económico de la URSS. Y eso que su padre fue reprimido durante la época de Stalin, declarado enemigo del pueblo y encarcelado.
Pero tal vez el mejor ejemplo que he encontrado, en Siberia y el Extremo Oriente ruso, de la nueva clase dirigente regional rusa sea el gobernador de Irkutsk, Borís Govorin, que lleva tan sólo 100 días en el cargo. Nació en la ciudad de Irkutsk hace 50 años y se graduó como ingeniero energético. Ocupó puestos de responsabilidad, primero en la industria y luego en la política. En tiempos de la URSS fue vicepresidente y presidente de un sóviet de distrito urbano, y luego ocupó los mismos cargos pero ya a nivel de toda la ciudad. No tuvo problemas para pasar de alcalde designado a electo (ya en 1994), un tránsito muy frecuente en esos días. Cuando dimitió el gobernador anterior, Yuri Nojikov, se presentó como independiente a la elección, en abril de 1997, y ganó con bastante facilidad. Inmediatamente destituyó a todos los altos cargos de la Administración anterior, en una medida destinada aparentemente a combatir la corrupción.
De la importancia de su posición da fe el hecho de que le ofrecieron ser uno de los viceprimeros ministros del Gobierno central y rechazó la oferta. Por supuesto, fue militante y dirigente comunista, pero devolvió su carné en 1991, antes del golpe de agosto, cuando vio que "el partido se estaba muriendo porque no respondía a las necesidades reales de la gente". Govorin defiende su posición de independiente asegurando que, en realidad, "ahora sólo hay un partido que pueda considerarse como tal, el comunista, mientras que el resto son simples grupos de personas de intereses comunes y poco más".Aunque no está claro si lamenta o no la descomposición de la URSS, sí lo está que cree que se hizo de forma chapucera: "Fue un tránsito rotundo y sagriento que influyó negativamente en el sistema social y de relaciones económicas y personales tejidas durante mucho tiempo".
Govorin se muestra crítico hacia Moscú, porque "no se ha podido formar un Gobierno estable", porque "los futbolistas de un equipo están más unidos que los ministros" y porque "no existe una base jurídica estable para regular las relaciones con las regiones", y es "la fuerza del sillón, y no la supremacía de la ley", la que se impone. Su región es rica: calcula que tiene más de 82 billones de pesetas en recursos (gas, petróleo, minerales, madera ... ). Económicamente sería viable por sí sola, pero no alienta veleidad independentista o de mayor autonomía. La sola pregunta parece ofenderle.
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