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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Imagen venenosa

MÁS DE 700 escolares japoneses tuvieron que ser repentinamente hospitalizados en Japón el pasado martes. Padecían convulsiones, vómitos, irritación de ojos y problemas respiratorios. El diagnóstico de la causa es sorprendente: todos habían visto un en apariencia inocente programa de dibujos animados en una televisión del país. La epilepsia fotosintética que sufrían había sido provocada por el brutal bombardeo luminoso de una escena de la serie. No fue culpa de los contenidos de la escena, encabezada por una ratita que responde al inocente nombre de Pikachu; el problema estaba en el impacto, discotequero de las imágenes. Una cuestión, pues, que supera el tradicional debate sobre los contenidos de la televisión.Muchos estudiosos ya han advertido que si la televisión genera violencia en los chavales que la contemplan abusivamente no es sólo porque mimeticen conductas de héroes violentos. El mero hecho de estar inmóvil ante el aparato durante horas provoca una necesidad, de acción que, si no hay otros modelos, será tan violenta como la de los personajes de la pantalla. El caso japonés es particularmente grave, porque afecta a niños menores de 10 años, y esta agresión herciana afecta directamente a su circuito neuronal, en proceso de construcción.

La televisión puede ser un eficaz instrumento de ocio e información, pero, empezando por las propias emisoras, se han de evitar astucias dañinas que buscan enganchar inconscientemente a la audiencia. Una audiencia, en este caso, especialmente desamparada. Indudablemente, las autoridades tendrán que estudiar las responsabilidades, de la cadena emisora y de los productores de la serie para atajar cualquier manipulación subliminal. No, puede ser que fábulas imposibles como Max Headroom -donde una cadena usaba un sistema de frecuencias en la publicidad que podía hacer reventar al televidente si se exponía a ella en dosis excesivas- o aquella brutal fábula cinematográfica Videodrome -en la que el sujeto protagonista llegaba a metabolizar no sólo los mensajes, sino el propio aparato televisivo- puedan, un día, tener algún atisbo de realismo.

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