La adicción al disenso
Existen todas las posibilidades de que estas Navidades queden vinculadas en nuestros recuerdos de futuro a la personalidad de Manuel Azaña, cuyos diarios robados han aparecido publicados por estas fechas. Su lectura resulta apasionante no sólo por sus calidades literarias sino porque no existe en la política contemporánea -española y universal- un ejemplo parecido de narración, desde un observatorio tan privilegiado, de lo que Marichal ha descrito como "las jornadas de un estadista". Son, por descontado, textos que invitan siempre a la reflexión. Pensemos en una, mínima si se quiere, pero de aplicación al momento presente. El ambiente del momento no facilitaba en absoluto el consenso y Azaña sin duda participaba de aquél. Al lector de hoy le llama la atención la satisfacción con la que anota en su diario no haberle dado la mano a Gil Robles -que representaba a un tercio de España- o la carencia de titubeos al considerar a Lerroux como una infección".Hoy la vida pública tiene un tono menor pero también mejor. La discrepancia en lo esencial es, por fortuna, modesta aunque, como contrapartida, la vida pública se haya miniaturizado -en propósitos y en procedimientos- hasta lo inconcebible. Pero el disenso sistemático y poco justificado sigue siendo una tentación. Quien lo origina es la inmensa capacidad de olvidar a un otro que puede ser complementario, la concepción de la política como juego, la simplificación de los problemas y una visión del partidismo como el reino de la rotundidad agresiva y poco razonada. Siempre existirán atizadores del disenso en tono mayor -como HB- y también en el menor y un poco grotesco, como esos periodistas que a la hora de organizar un debate invitan a contertulios a razón de cuatro a favor de una tesis y tan sólo uno en pro de la contraria. Lo que importa de cualquier manera es darse cuenta de que el disenso sistemático es una enfermedad. Así se aprecia con sólo acercarse con mirada ingenua a algunas cuestiones actuales.
El decreto de Humanidades ha dado lugar a un torneo oratorio de lugares comunes que en su mayor parte nacían de asumir en el adversario posturas inexistentes. Ni ha resucitado el Conde Duque de Olivares ni los profesores de Historia en Cataluña tienen pretensiones de ser almogávares arriscados que atribuyen a tribus iberas la invención de la barretina. Todo ahora es más lógico y sensato. Importa que nadie se sienta vencedor ni vencido; los estudiantes de secundaria van a salir ganando.
La sentencia contra los dirigentes de HB debe ser acatada, pero puede ser discutida. Un lego en derecho, que sea capaz de desligar el contenido de la acusación de la perversión de quienes la han merecido, puede tener razones para discrepar de que sea global o de que se sancione lo que no. pasó de tentativa. Pero si eso es aceptable, no lo es, en cambio, fomentar el disenso a través de un lamento jeremiaco de protesta contra el desorden general del Cosmos, justicia incluida, con el agravante de comparaciones históricas inoportunas, como la que se refiere al juicio de Burgos. Durante segundos, este tipo de actitud puede dar la sensación de resultar rentable. Pero en realidad agrava la enfermedad de la misma manera que la fiebre no se combate restregándose nieve por la frente.
La espiral de procedimientos judiciales sobre personalidades políticas suele provocar estallidos de indignación en los afectados y de secreto regocijo en sus adversarios. El camino de la unanimidad se reconstruye por el procedimiento de despellejar a los jueces para acabar de averiar el conjunto del sistema. Alguna vez nos hartaremos de este juego cansino y optaremos por el consenso. Duran i Lleida ha sido muy valiente al proponerlo en temas de financiación de partidos y vale la pena que esté sobre el tapete. Pero si el contenido de su propuesta es muy discutible hay otra que parece una obviedad suprema: los partidos no debieran personarse en procedimientos judiciales o tendrían que abandonarlos cuando están ante los tribunales.
El disenso, amenizado con toques esperpénticos, proporciona color local y fervores apasionados. Pero se ha difundido tanto que no tiene siquiera el mérito de la excepción. Hoy la originalidad reside en quienes estén dispuestos a consensuar razonable y constructivamente.
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