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Una lección asiática

Al ver cómo evolucionaba la "gripe asiática" en las últimas semanas, y cómo la enfermedad empeoraba y derivaba en neumonía en algunos países, mientras que en otros se producía una recuperación bastante rápida, recordé una experiencia que tuve cuando era director de una importante empresa británica. Un día pedí que se informase con regularidad a la junta directiva sobre la situación de nuestras acciones en Bolsa. "No", dijo rotundamente el presidente. "Nos preocupa la empresa real, sus mercados y sus clientes, sus costes básicos y su capacidad de investigación. La Bolsa es algo completamente irrelevante para nosotros, y lo único que puede hacer es confundir a los directores". Evidentemente, los accionistas se alegraban cuando veían que el valor de su "inversión" subía cada vez más y, por consiguiente, aplaudían a la junta directiva, pero ésta se ceñía estrictamente a la empresa real.Con esta historia quiero subrayar que, en los últimos años, hemos experimentado una extraordinaria disociación entre empresas y mercados de valores o, en términos más generales, entre economías reales (incluidos los ahorros reales de gente real) y la realidad virtual de los mercados financieros y sus operaciones. En efecto, los mercados financieros tienen la curiosa costumbre de "descontar" todo lo que sea real. ¿Que hay baja coyuntural? Ya está descontada. ¿Un cambio de Gobierno? Descontado. ¿Unión monetaria? Descontada. Pero un misterioso cambio de humor en Tokio o una repentina "venta de acciones" en Wall Street repercute en todo el globo y cambia los valores de mercado en cuestión de horas.

Esto no quiere decir que el movimiento de acciones y bonos sea impredecible. Pero sí quiere decir que la economía real ofrece solamente una ayuda limitada a la hora de hacer esa clase de predicciones. ¿Cómo se relacionan entonces estos dos procesos disociados? La respuesta, en el sentido más general, es: a través de los bancos. Los bancos tienen un papel fundamental en la nueva economía global. Existen porque la economía real los necesita y los alimenta; pero operan cada vez más en el ciberespacio de las operaciones financieras. Por supuesto, al hacerlo, quieren agradar a sus clientes. Y estos clientes pueden volverse avaros. Los fondos de pensiones necesitan cada vez más dinero, al igual que las aseguradoras. Las empresas del sector servicios también necesitan cada vez más dinero.

Para satisfacer estas demandas, las instituciones financieras han desarrollado instrumentos cada vez más sofisticados, y misteriosos. El mundo de los derivados y las opciones escapa a todo sentido común. Quienes se mueven en él utilizan una extraña mezcla de matemáticas avanzadas e intuición. Cada vez es menos fácil evaluar el riesgo que implican esas operaciones. Puede que las aventuras de Nick Leeson en Singapur sean una excepción, pero un cierto leesonismo no está muy lejos de muchas de las transacciones financieras del mercado global.

En el proceso, se corre un considerable peligro de que los bancos se extralimiten. Si esto le ocurre a un solo banco, pero no a otros, por ejemplo a Barings, el sistema cierra filas y hace frente al drama resultante. Sin embargo, si toda una serie de instituciones de un mercado nacional o regional se relaja demasiado con respecto a los riesgos del préstamo o de la inversión, hay problemas. Esto es lo que ocurrió en el sureste asiático. Esto es lo que vuelve a suceder en Japón. Las repercusiones se sufren en todo el mundo por razones directas e indirectas. Las instituciones financieras están interrelacionadas y, si fracasan, afectan a la economía real y, por consiguiente, a las fuerzas coyunturales de todas partes.

A menudo se dice que los mercados financieros han crecido más que las instituciones políticas de control. El dinero global elude los Parlamentos nacionales. Un hombre como George Soros se ha servido de este hecho, pero también ha pedido normativas y regulaciones globales. Esto tiene sentido. Pero la lección del actual brote de "gripe asiática" es más simple y más esperanzadora. La tropa necesita sistemas eficaces de control. Esos sistemas no exigen nuevas instituciones internacionales. El control se puede ejercer a nivel nacional, aunque puede que para ello se requiera la presión internacional, ya sea por parte del presidente de EE UU o por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI).

En este sentido, es correcto decir que el sureste asiático ha aprendido las lecciones de la realidad, o que está a punto de aprenderlas. Estas lecciones son duras. Japón debería haberlas aprendido hace años y, en cierto sentido, las aprendió; pero los políticos y la comunidad bancaria de Japón pensaron que podían salir del paso haciendo suaves correcciones. Ahora saben que no pueden. Inevitablemente, habrá que sacar del apuro a varias instituciones con dinero de los contribuyentes. Es de esperar que éste sea el momento en que los Gobiernos nipones introduzcan auténticos y duros controles en el sistema bancario. Otros lo han hecho antes. Por ejemplo, si Brasil no contrae neumonía como consecuencia de la gripe asiática, demostrará la eficacia de las reformas hechas en 1995 por el presidente Cardoso. En Londres, los espectaculares casos de colapso han provocado un significativo endurecimiento de la supervisión que ahora lleva a cabo un organismo nuevo e independiente. El objetivo de todo esto es hacer que los bancos vuelvan a la economía real y se mantengan en ella. Éste podría llegar a ser el primer paso hacia un mercado global que goce de una mayor aceptación, es decir, que ofrezca oportunidades sin riesgos inaceptables y que no sea un campo de juego para el leesonismo.

Ralf Dahrendorf es decano del St. Antony's College de Oxford. Copyright La Repubblica

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