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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Arbitros anonimos

EL ÚLTIMO fin de semana futbolístico resultó apacible, a pesar de la huelga de los 22 árbitros de Primera División. Los partidos se celebraron según costumbre y a la hora prevista. En el terreno de juego actuaron dos equipos y un señor que tenía la obligación de impartir justicia deportiva. No era un señor conocido y sus referencias no eran las mejores: era un árbitro de Segunda B, dos categorías por debajo de la habitual. Aceptando la buena disposición de todos para hacerle llevadero su trabajo, el resultado final fue una jornada sin conflictos, sin más sobresaltos que los puramente deportivos, y, lo que fue más importante, sin merma del juego.Los colegiados huelguistas callan desde el domingo, quizá por prudencia. Su ausencia no ha repercutido negativamente en el espectáculo, a pesar de la presunta menor cualificación de los colegiados que actuaron. La comparación es evidente: si sustituyéramos a los jugadores de Primera División por sus colegas de Segunda B, el partido no sería el mismo. Cambiar a unos árbitros por otros ha sido irrelevante.

La huelga ha terminado por evidenciar que el problema arbitral es, en buena parte, el de los propios árbitros, sumado al sistema que les rige y que potencia a los llamados árbitros estrella, en clara analogía con los jueces estrella. Árbitros prepotentes, que gustan de la fama y que quieren dejar siempre su sello en el espectáculo, educados en un sistema que para nada asegura que progrese el mejor y el más discreto, sino a menudo el más autoritario o el más adicto a quienes gobiernan el colegio correspondiente. Árbitros a los que les gusta hablar y exhibirse, tanto dentro como fuera del campo. La huelga, convocada sin posibilidad de negociación previa, no fue otra cosa que un ejemplo de su conducta habitual dentro del campo, donde hacen frecuente ostentación de autoritarismo más que de autoridad.

La jornada de huelga ha demostrado que el mejor árbitro es a menudo aquel de quien no sabemos nada, el árbitro anónimo, del que no tenemos referencia, que se comporta humildemente en el terreno de juego y se limita a intervenir lo menos posible. También ha quedado patente que todo funciona mejor si los medios de comunicación no caemos en el error de convertirlos en protagonistas, de escudriñar en sus defectos. La gente acude al campo a ver fútbol, a ver futbolistas, no a un señor de negro con ganas de pasar a la posteridad a costa de una decisión discutible. La experiencia ha resultado tan reconfortante que poco importaría que la huelga se convirtiera en indefinida.

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