Caballo de Troya II
Quizá sea fruto de nuestros gloriosos orígenes troyanos, secuelas del legado genético del príncipe Ocno-Bianor, mitológico fundador de Madrid, pero el caso es que a nuestra ciudad siempre le han llovido a lo largo de su asendereada historia los regalos envenenados.A los madrileños nos meten cada dos por tres un caballo de madera en nuestros cuarteles y acaban por vendernos la burra de que deberíamos estar orgullosos y agradecidos con el obsequio.
Aún no hemos aprendido a desconfiar de los "griegos que hacen regalos", y así tenemos la ciudad coronada de torres mamotréticas y edificios farisaicos, monumentos ridículos y remodelaciones que sólo son modelo del espanto. Para entrar o salir de la ciudad hay que pasar bajo las horcas caudinas de las torres de Kuwait Investment Office, KIO, premonición arquitectónica de un futuro peligrosamente escorado.
Las torres inclinadas y al mismo tiempo desafiantes son el icono bífido y satánico de la ciudad maldita de El día de la Bestia, del cineasta Álex de la Iglesia, y su colega manchego Pedro Almodóvar las usa en Carne trémula como brutal contraste con el Sarajevo del barrio de la Ventilla, con las cercanas ruinas prefabricadas, tierra quemada y arrasada por la sombra maléfica de este tótem de la ingeniería financiera, del fraude y la usura.
Las poderosas torres son un solo caballo de Troya regalado al que no hay que mirar el diente y no cabe más que admirarse por su singular prestancia arquitectónica.
Su rápida aceptación por parte de estos dos avispados cazadores de imágenes cinematográficas es una muestra de su poder simbólico y totémico, aunque en ambos casos su aparición en pantalla esté rodeada por una halo perverso.
Madrid es una ciudad múltiple que siempre se ha resistido a ser identificada por una imagen única. La representación emblemática de la urbe se repartía entre las plazas de La Cibeles y la Puerta de Alcalá, la del Sol y la Plaza Mayor por lo menos.
Más tarde, en los movidos años ochenta, el Pirulí de Torrespaña y sobre todo el edificio Capitol de la plaza de Callao se incorporaron a la colección con la obra gráfica y fotográfica de nuevos creadores alentados por un clima general de injustificado pero benéfico optimismo.
La reciente entronización de las torres en el panteón emblemático de la ciudad ofrece aspectos inquietantes que De la Iglesia enfocó por el prisma paródico del cine gore, también conocido como de casquería, y Almodóvar, con un leve pero rotundo apunte sobre la inhumanidad del nuevo paisaje urbano con los impenetrables monolitos descollando sobre las ruinas de un barrio humilde y condenado a la extinción.
No hace falta estar completamente paranoico, sólo lo imprescindible, para pensar que en los huecos vientres de los nuevos caballos troyanos se agazapa un ejército de zapadores financieros e inmobiliarios, una legión de mercenarios curtidos en todas las guerras sucias del dinero.
Las imágenes que las ciudades eligen de sí mismas, suelen ser por regla general apacibles, pacíficas, aunque se trate de belicosas ciudades amuralladas orgullosas de sus fortificaciones y sus almenas.
Pero este nuevo icono ataca la neutralidad, rompe la norma y se impone con la fuerza de lo inevitable, con la oscura fascinación de la fatalidad.
Pero está visto que en esta ciudad no se puede gozar a gusto ni siquiera del masoquismo.
No hay visión trágica, ni fascinación que se resista, por ejemplo, ante la contemplación de ese pin luminoso que una entidad de ahorros le ha colocado en la copa a una de las torres de KIO, rompiendo la simetría, impidiendo que el sufrido ciudadano se solace en su propia desolación y goce de su propia pesadilla.
He leído en alguna parte que la citada corporación crediticia después de la experiencia se ha puesto como loca a buscar un nuevo anagrama que la identifique, sin caer en la cuenta de que su mejor imagen la tienen muy a mano, que su mejor anagrama podrían ser los dos trazos convergentes de las emblemáticas torres gemelas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.