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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sobresalto asiático

EL MÁS reciente episodio en la crisis de las economías del sureste asiático -presumiblemente no el último es la incorporación de Corea del Sur a la lista de damnificados solicitantes de ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI). El Gobierno de Seúl se resistía a admitir que el diagnóstico que obligó a Tailandia e Indonesia a internarse en la unidad de cuidados intensivos del FMI también se extendiera a su economía. No ha tenido más remedio que asumirlo. Las tensiones sobre su moneda, el won, han terminado en una ampliación de sus márgenes de fluctuación frente al dólar desde el 2,25% hasta el 10%, que en modo alguno ha dado por zanjadas las posibilidades de depreciación adicional y su impacto sobre la estabilidad del conjunto del sistema financiero. Será necesario inyectar de momento más de 20.000 millones de dólares en aquella economía para evitar males mayores y para respaldar un severo programa de saneamiento económico y financiero.Lógicamente, Japón tampoco ha -podido mantenerse al margen de la marejada financiera asiática. La fuerte integración de la economía japonesa con las de los países afectados obliga a las autoridades niponas a tomar decisiones de alcance en apoyo de aquéllas.Corea del Sur, miembro del selecto grupo de economías industrializadas, es la segunda economía de la región y la undécima del mundo; al tiempo, la que define un mayor grado de vinculación con Japón. Los efectos de esta crisis amenazan con frenar el proceso de recuperación de la economía japonesa. Sus consecuencias sobre el conjunto de la economía mundial pueden ser importantes.

En cierta medida, la economía japonesa adolece de limitaciones no muy distintas en su naturaleza estructural de las de los demás países de la región. El modelo de crecimiento de las dos últimas décadas no ha amparado un grado de transparencia ni flexibilidad suficiente en las instituciones económicas y financieras", que ahora, cuando la atonía económica se prolonga, exhiben todas sus carencias, incluida una notable corrupción. La renovada precariedad de su sistema bancario tras la intervención de algunas de las más importantes entidades del país exige nuevas inyecciones de recursos públicos para su saneamiento.

Y el déficit público no admite ya excesivos márgenes de maniobra. La decisión adoptada en la pasada primavera de incrementar el impuesto sobre el valor añadido no ha hecho sino deprimir más aún el consumo e intensificar los riesgos de recaída en un nuevo cuadro de recesión.

Las condiciones económicas para que Japón desempeñe en la región el papel que le corresponde por razón de su peso específico no son por ello las más idóneas. Y la situación política no es mucho más favorable. Esta misma semana, los partidos de la oposición han interpuesto una moción de censura contra el ministro de Finanzas que amenaza con frenar los planes para introducir las necesarias reformas en sectores básicos de la economía.

En ese contexto se han reunido en Vancouver los jefes de Gobierno y responsables económicos de los 18 países de América, Asia y Oceanía que integran la Asociación de Cooperación Asia-Pacífico (APEC). Más allá de analizar los males de aquella región hasta ahora emblemática de un capitalismo de nuevo cuño, serán las decisiones que adopte la Administración japonesa las que han centrado la atención, en especial la de los norteamericanos, deseosos de que esa economía se homologue efectivamente a las occidentales. Si la reciente ampliación del déficit comercial bilateral de Estados Unidos frente a Japón daba a Clinton razones para exigir mayor apertura de sus mercados, ahora es la organización económica en general en los países asiáticos, y especialmente en Japón, la que urge a la adopción de serias reformas.

Es de interés general que Japón entre rápidamente en una senda de normalización de su economía. Ayer, en Vancouver, los líderes de la APEC se manifestaron decididamente a favor de la liberalización como respuesta a la incertidumbre de los mercados financieros y al desmoronamiento de la confianza en las economías y las monedas asiáticas. La consigna es, por tanto, intensificar la apertura y evitar que alguna economía asiática recurra, bajo el trauma de sus dificultades actuales, a nuevos mecanismos de protección y de rigidez.

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