Elogio del túnel de Bailén
El autor, para el que el túnel de la plaza de Oriente resume un sinfín de despropósitos, enumera las 'ventajas' que para los madrileños supone la obra
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque, frente a las muchas obras que se han hecho en esta plaza -desde que la inventó José I- ésta es irreversible: la definitiva. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque sirve para quitar dos semáforos que, aunque no se metían con nadie -todo, hay que decirlo-, hacían feo. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque ya nunca más tendremos que aguantar desfiles militares, con soldaditos de época o de la Guardia Real, frente a palacio: ¿por dónde las tropas entre las rampas?Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque no hace gran favor a La Almudena y sus accesos. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque ha demostrado con elocuencia -tras tantos meses de obras, con el tráfico de Bailén bloqueado, sin mayores problemas- que la necesidad enorme del túnel no es tanto de índole funcional cuanto estética.
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque es inútil. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque los bastantes turistas que acuden a palacio no tendrán que sufrir la ordinariez de esperar 20 segundos ante un semáforo en rojo. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque podemos acercarnos a las mismas paredes de palacio, hasta tocar sus piedras (si en ello no se ve inconveniente).
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente cuando se ve, en todo su esplendor, desde la antigua calle de Bailén; no tanto cuando se tapa tontamente (como en toda esa cantidad de fotografías que nos están enseñando, con la plaza de Oriente desde el Teatro Real). Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque es prueba fehaciente, y muy esperanzadora, de que cuando no hay grandes ideas -cosa que es harto habitual- las grandes ocurrencias también sirven para emprender grandes obras.
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque confirma lo que ya sospechaba: aquello que, con no poca agudeza, enunció el arquitecto Oriol (el promotor a quien hemos de agradecer el agujero): "Si los griegos hubiesen tenido coches habrían hecho un aparcamiento bajo la Acrópolis".
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque gracias a él se ha descubierto una atalaya antigua, que se ha mantenido con gran acierto museográfico (aunque siempre haya aguafiestas que digan que no) en el parking subterráneo, aun a costa de perder varias plazas de aparcamiento.
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente -sus rampas- porque estorbará a los cortejos reales y de príncipes y de embajadores, obligándoles, en llegando a palacio, a apartarse de su recorrido histórico -la calle Mayor- y a callejear un poco; y lo mismo para la procesión -el Viernes Santo- del Santo Entierro.
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque el Príncipe de Asturias tampoco se podrá casar en Madrid. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque consigue "la más grande isla peatonal de Madrid" (Urbano dixit), y esto es ejemplar en una ciudad en la que tantas veces los propios munícipes -y algún que otro periódico- han tratado de las correspondencias (sobredimensionadas, desde luego) entre peatonalización y delincuencia.
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque ha demostrado que un Ayuntamiento democráticamente elegido por los ciudadanos no tiene por qué plegarse a las injerencias de los arquitectos, de los historiadores, de los arqueólogos, de los paisajistas, del Icomos, de la Academia de Bellas Artes y de la historia.
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque se ha hecho para preservar de la contaminación las piedras. de palacio. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque ya no se podrá repetir, para ningún jefe de Estado, el anticuado y desmedido boato de las exequias de Franco: ¿por dónde sacar dignamente, con las rampas, un armón de artillería camino de El Escorial? Me gusta el túnel de la plaza de Oriente por la transparencia con que se han llevado las obras, porque sólo lo imprescindible se haya demolido en agosto, y por el alto nivel intelectual que ha registrado en el debate acerca de la conservación del patrimonio.
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque, aun con el oximoron de construir hacia abajo, refleja la altura de miras de nuestro Gobierno municipal. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque los automovilistas, los motoristas y los ciclistas ya no podrán ver la fachada de palacio en movimiento. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque ha demostrado que los ciudadanos de Madrid son generosos y han aceptado que los miles de millones (¿10.000.000.000 de pesetas?) que les ha costado -aunque en principio se les dijera que no les iba a costar un duro- se justifican por el hecho de que algunos puedan dejar su coche donde antes sólo había ruinas enterradas.
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque confunde a la monarquía, girándole noventa grados su principal fachada. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque, en sus acabados (rampas, barrandillas, señales), que se recortan admirables ante palacio, no disimula nada la estética de la autovía. Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque abre el camino y es pionero para que en otros paseos de Madrid se pueda ya hacer lo mismo: ¡El paseo del Prado espera!
Me gusta el túnel de la plaza de Oriente porque le hubiera encantado a aquel célebre borriquito que tiraba de un carro lleno de niños y banderas y campanillas, que ya se murió, y daba vueltas a una plaza de Oriente que, por lo que parece, no estaba a la altura de las circunstancias y era menester inaugurarla de nuevo. Pero, por encima de todo, lo que más me gusta del túnel flamante de la plaza de Oriente, visto ya el resultado final, es -créanme ustedes- que haya quedado a la cota, exactísimamente, de lo que nos merecemos.
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