Morir en paz
El pasado mes de septiembre estuvo ingresada en la Cruz Roja de la avenida de la Reina Victoría de Madrid, durante un periodo de 13 días, una tía mía de 86 años, que era como mi madre, ya que vivía con ella desde mis 13 años. Ingresó muy grave, con muchos problemas insolubles añadidos a su avanzada edad, siendo ella consciente de todo ello. No tengo ninguna queja de la atención médica que recibió en todo momento por parte de todo el personal sanitario de la planta, pero sí tengo que expresar mi desacuerdo con lo siguiente:Aunque reconozco, porque me consta, que, habiendo la más mínima esperanza, otros ancianos en dicho centro hospitalario han visto prolongada su estancia, en este caso, cuando ya constataron que mi tía no tenía solución, decidieron mandarla a casa, aun sabiendo que el fin era inminente, como me indicaron los propios médicos.
Ante esta situación, les expuse angustiada nuestras circunstancias personales (las dos solas de familia en Madrid, con la única ayuda de una antigua empleada doméstica, por horas) y económicas (ella, una humilde pensionista, y yo, teniendo que trabajar, sin contar con otros medios) y las mías laborales (con una jornada diaria de mañana y tarde; es decir, materialmente sin tiempo libre para su debida atención).
Ante esto, me dijeron por toda respuesta que había que respetar la voluntad del enfermo y que ella deseaba irse a su casa "a morir en paz".
Esto último era cierto, pero creo que a un anciano, aunque conserve bien la cabeza, como era el caso, es bastante fácil engañarle dándole largas para poder mantenerlo allí durante un periodo de tiempo que, por desgracia, iba a ser muy corto (no había problema de escasez de camas, según me indicaron).
Me duele mucho, además, pensar que creyeran que me la quería "quitar de encima", como sé que existen, lamentablemente, algunos casos.
Aparte de que creo que es lógico pensar que un 90% de hospitalizados, más o menos, ante tan capciosa pregunta opcional, siempre preferirán volver a sus casas.
Independientemente de todo esto, en un momento dado, no se recataron en decirle a ella directamente que se moría, confirmándoselo ante la petición de ella de saber la verdad, aduciendo que no se les debe engañar. Creo que era totalmente innecesario y cruel.
No sé si toda esta política obedece a unas directrices de orden superior o a un criterio personal de los médicos que la atendían. En cualquier caso, no me parece lo más acertado.
Falleció a los siete días de volver a casa (no quiero aburrir con el relato de esta semana, en que tuve que montar un minihospital en el domicilio), con grandes padecimientos -que se hubieran podido paliar, evidentemente, si hubiera seguido ingresada- y razonando hasta el último momento.
También me dijeron, al darle de alta, que ellos harían un seguimiento domiciliario, incluso viniendo a verla.
Por supuesto, durante esa semana, nadie por parte de la Cruz Roja se presentó en casa; ni siquiera llamaron por teléfono para interesarse por ella.-
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