El problema de fondo
Siempre suele ser una cuestión espinosa opinar sobre los temas relacionados con la definición política de Euskadi, de la sociedad vasca. Y más espinoso resulta aún poner lo que se opina por escrito. Si se subrayan unos aspectos, la crítica viene de no haber subrayado otros, de haberlos olvidado. Si se vierten opiniones críticas en un sentido, la acusación es de haber escamoteado críticas posibles en el sentido contrario. La única forma de sortear los peligros de opinar por escrito sobre el Estatuto de Gernika consiste en plantear todos los aspectos posibles, en buscar una ecuanimidad que ni cabe en un artículo periodístico, ni es posible, ni conveniente, ni conduce a ninguna parte. Vaya, pues, lo que sigue desde la asunción de las críticas que merece por su falta de ecuanimidad.El Estatuto de Gernika fue asumido en su día por la mayoría de los votantes vascos. Tuvo contestación desde los inicios. Pero la discusión en torno al mismo se produjo fundamentalmente y durante muchos años en torno a su cumplimiento, a la interpretación de lo que sus previsiones significaban, en torno a cómo quedaba afectado por la legislación básica del Estado, o por las sentencias del Tribunal Constitucional.
Últimamente, sin embargo, y no precisamente de la mano de quienes en su día rechazaron el camino del Estatuto, la discusión ha alcanzado una nueva calidad, un nuevo nivel: se pone en cuestión la validez, hoy, del camino estatutario para la sociedad vasca, se declara periclitado dicho camino, se reclama un nuevo marco, distinto al marco estatutario.
Las razones que para ello se aducen son, resumidamente, las siguientes: sólo superando el actual marco será posible integrar a los que en su día rechazaron dicho camino; puesto que después de 20 años se va perdiendo la esperanza en que se pueda ver completado, mejor será ir pensando en un nuevo marco; existe la posibilidad de ir conformando una nueva mayoría en torno a un marco superior al previsto en el Estatuto de Gernika (variación del primer argumento); la negativa a una transferencia concreta (la recaudación de las cuotas para la formación ocupacional) muestra la necesidad de superar el actual marco, que ya no cuenta con garantías suficientes (variación del segundo argumento).
Como se puede constatar con bastante facilidad, las razones para pedir un nuevo marco se contradicen, por lo menos a primera vista: la existencia, o la posibilidad de una mayoría nacionalista que lo exigiría, por un lado; y la constatación de que en la correlación actual de fuerzas no se puede conseguir ni el cumplimiento de las previsiones estatutarias.
Siendo el cumplimiento del Estatuto un problema serio, siendo incomprensible la postura de los sucesivos Gobiernos centrales al respecto, siendo la vigencia del Estatuto también un asunto muy serio para la sociedad vasca y su convivencia, y siendo muy seno que los sucesivos Gobiernos centrales no tengan, la. visión, política suficiente para captar la relación que entre ambos problemas existe, entre el incumplimiento y el cuestionamiento de su vigencia, creo que es necesario plantear el problema de forma más diferenciada.
No cabe duda de que el Estatuto posee un carácter político. Pero el Estatuto no es únicamente político en el sentido de ser una ley orgánica. Tampoco es político únicamente en el sentido de ser un pacto; de relación con el Estado y de unos vascos con otros. El Estatuto también es político en un sentido mucho mas amplio, más profundo, más originario; en el sentido de ser un marco cuyo fin es posibilitar Euskadi, la sociedad vasca como proyecto común en y desde la pluralidad de concepciones que sobre la propia definición política de sociedad vasca existen.
Por eso, cuando se plantean cuestiones básicas sobre la validez o no del Estatuto, cuando se afirma que el Estatuto está muerto, otra cosa es la que en realidad se plantea, aunque no se formule: qué tipo de sociedad vasca se quiere, cómo se quiere proyectar su futuro. Cuando se cuestiona la validez del Estatuto o cuando se afirma la imposibilidad de pensar en ninguna otra alternativa, es el proyecto de sociedad vasca el que está en juego.
Por eso creo que es necesario exigir a quienes debaten el significado y la validez del Estatuto que formulen explícitamente y con suficiente claridad cómo ven y entienden la sociedad vasca, qué clase de sociedad vasca quieren y pretenden construir, que expliquen de forma comprensible y coherente qué es lo que piensan del pluralismo que pone de manifiesto la sociedad vasca en lo que a su propia definición política afecta.
El Estatuto o lo que se proponga en su sustitución, el nuevo marco de soberanía, no son más que instrumentos jurídico-políticos al servicio de una sociedad, al servicio de la conformación de esa sociedad. Instrumentos que no son neutrales con respecto a la definición de sociedad que implican. Por eso es necesario que se expliciten las consecuencias que para la definición de la sociedad vasca están implícitas en ellos.
Es importante que se explicite en el debate si la pluralidad de la sociedad vasca, no sólo lingüística y cultural, sino de autocomprensión política, es considerada como elemento negativo a superar o como valor a preservar. Es importante que se explicite si la pluralidad indicada se entiende como valor porque mantiene a la sociedad vasca dividida, o porque supone un elemento positivo a incorporar a un proyecto común que sea capaz de respetarlo y de ofrecerlo como elemento identificatorio.
No todos los que se declaran firmes defensores del marco estatutario, y acusan de ambigüedades y debilidades a otros, entienden el pluralismo como valor a integrar en un proyecto común de sociedad. Entienden, más bien, la pluralidad como división que les permite a ellos seguir con su propia identidad unilateral, y consideran al Estatuto como baluarte y consagración de esa pluralidad entendida como división.
Entre quienes apuestan por la superación del marco estatutario se encuentran aquellos que sólo pueden entender la sociedad vasca como sociedad, nacionalista, aquellos que proyectan su futuro a partir de la asimilación en la identidad nacionalista de todos los que aún no participan de ella.
Pero también se encuentran personas que quisieran superar el marco actual haciéndolo compatible con la preservación del pluralismo y con el desarrollo de un proyecto común basado en ese respeto al pluralismo. En este caso lo que se requiere es una discusión, abierta, un debate claro y diáfano acerca de si es posible compaginar ambas cosas, de si no existe una contradicción profunda entre reclamar un marco jurídico-político, para todos los vascos, propuesto, defendido y querido sólo por los nacionalistas, y respetar, al mismo tiempo, la pluralidad de definiciones políticas acerca de la sociedad vasca, es decir, respetar el hecho de que buena parte de los ciudadanos vascos no comparte el deseo y la voluntad de un marco superior al Estatuto.
Planteada en estos términos la discusión acerca del Estatuto de Gernika, es decir, planteada en términos de qué modelo de sociedad vasca se quiere, de cómo valorar y desarrollar el pluralismo inherente y enriquecedor de la sociedad vasca, se abren posibilidades para debatir cuáles son los caminos para ir construyendo una sociedad diferenciada, puesto que no existen diferencias dadas y definitivas. Y planteada en estos términos la cuestión quizá podamos escapar del peligro de proceder a establecer entre nosotros copias miméticas de lo que, al parecer, rechazamos, peligro tanto mayor cuanto más estemos enzarzados en la discusión del marco jurídico que corresponde a una diferencia menguante, mengua no percibida porque nuestras mentes están en otras cosas, supuestamente más importantes. Y planteada la cuestión en estos términos, quizá nos preguntemos hasta qué punto hemos sido capaces los vascos de aprovechar el marco ofrecido por el Estatuto para avanzar en Ia constitución de una sociedad que haga de la pluralidad, en el sentido más profundo del término, su seña de identidad, el valor de cuya participación se modele la identidad plural de cada uno de los ciudadanos vascos, de forma y en niveles diferenciados.
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