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El manzano y el olivo

Enumeran los miembros de la plataforma ciudadana No Nos Resignamos 99 razones para prescindir del alcalde Álvarez del Manzano a partir de las próximas elecciones municipales. Alientan los convocantes la alternativa de un candidato progresista único y unificante para los comicios de 1999. El olivo gallego ha sido vareado y vapuleado en la última cita electoral, y el varapalo aún zumba en los oídos de muchos de los asistentes a la presentación pública en un hotel madrileño del documento enumerativo. Caras conocidas de neoizquierdistas y socialistas que no han escarmentado asoman entre la asamblea de ciudadanos y ciudadanas sin afiliación conocida, ciudadanos y ciudadanas dispuestos a pactar con el mismísimo diablo si fuese menester para desalojar al seráfico alcalde de su elevado sitial.El olivo o el madroño: por encima de los socorridos símiles botánicos y de sus connotaciones partidarias, en el lacerado paisaje de la ciudad brotan y se multiplican los díscolos retoños de la protesta, malas hierbas que crecen al abrigo de las innumerables grietas que resquebrajan- el tejido urbano de forma literal o figurada, mediante obras, agujeros negros, pozos negros y dineros negrísimos.

Los frutos de la cosecha de Manzano están agusanados, "tunelizados" por voraces parásitos que han medrado gracias a su arbórea protección bajo la epidermis urbana: excavando caprichosas galerías, habilitando criptas, panteones, nichos para automóviles insumisos, escarabajos sagrados, fetiches venerados de la tribu, habituados a la vida salvaje, depredadores de aceras, invasores de vados, cazadores furtivos en la intrincada jungla del asfalto que se resisten al encierro de pago y prefieren aparcar fuera de la ley.

Las relaciones del pueblo de Madrid con sus regidores, impuestos o electos, rara vez han sido cordiales. El pueblo de Madrid le salió rana al mismísimo "rey alcalde" don Carlos III cuando el ministro Esquilache quiso hacer de sus capas sayos. En tiempos más recientes, incluso en los momentos más felices de la idílica tregua pactada con don Enrique Tierno Galván, padre y patrón de todas las movidas, no faltaron las críticas ni escasearon las denuncias, aunque raras veces consiguieron traspasar la bruñida y reluciente coraza que dotaba de inmunidad al "viejo profesor", que sabía más por viejo que por diablo o profesor.

Cancelado el frágil interregno, bajo la vara de mando florecida de Manzano, las relaciones de los madrileños con su Ayuntamiento retornaron a su cauce normal de hostilidad y poco a poco han ido engrosando su caudal, que se desborda a raudales por las colapsadas arterias de la ciudad y se ramifica en incontables afluentes rebosando en esquinas, encrucijadas y mentideros. Un rumor sordo y ensordecedor que todos perciben menos el feliz alcalde, insonorizado y desodorizado entre beatíficas nubes de incienso y algodón.

Los que no se resignan enumeran 99 razones, políticas, económicas, culturales, morales, sociales o urbanísticas, para bajarle de su nube en las próximas elecciones, pero la ardorosa proclama ni le quita el sueño ni le borra la sonrisa al vituperado. alcalde, que encaja con cristiana resignación las críticas adversas y se encomienda a sus santos mentores para que la desunión, la confusión y la intriga terminen por arrumbar una vez más la fortaleza de sus enemigos, que siempre andan a la gresca o a la desbandada. Entre los asistentes al acto del hotel Reina Victoria circula de mano en mano una viñeta de El Roto publicada ese día y en estas páginas, un chiste de muy mala sombra en el que el califa ceñudo y barbado de la izquierda, Julio Anguita, guardián de la ortodoxia, sentencia- mi triunfo es el fracaso de los demás. Ríen por no llorar entre el público algunos de los antiguos visires de la coalición hoy descoaligados bajo las siglas del PDNI.

Los que no se resignan tendrán que hacer algo más que no resignarse, habrán de construir sobre los restos de todos los naufragios un edificio de sólidas razones y propuestas, no un albergue común, provisional y electoral para la izquierda, castillo de naipes fácilmente abatible por el soplo adverso o el manotazo tonto de cualquier aguafiestas cualificado.

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