La obsesión de escapar del paro y del terror
Bajo un cielo de plomo, la ruta bordeada de eucaliptos serpentea hasta las laderas de la Mitiya y los campos de naranjos se alternan con los poblados. En este día de elecciones, los controles de las fuerzas de seguridad son visibles cada tres o cuatro kilómetros. La intención es que sirvan como fuerza disuasoria. Con los ojos del mundo puestos en Argelia, las autoridades tienen que demostrar que pueden garantizar la seguridad, al menos hasta el escrutinio.
Sobre una pared medio en ruinas de Baraki, situada a unos 20 kilómetros al sur de la capital, una mano malévola ha escrito "visado a Canadá", como quien lanza una botella al mar después de un naufragio. Escapar del país se ha convertido en una obsesión para muchos argelinos. Entre la falta de trabajo debido a un desempleo crónico y el miedo a las matanzas, la población no parece apasionada por elegir a los presidentes de las Asambleas Populares Comunales (alcaldías) y las Asambleas Populares de Wilayas (consejos regionales).
En la escuela Mohamed El Jalifa las clases que se usan como colegio electoral están prácticamente desiertas. "Estas elecciones no provocan el mismo entusiasmo que las legislativas de junio", explica un anónimo funcionario municipal de Baraki. Sobre los riesgos de fraude, añade que "el problema no está en los centros de votación, sino en las mismas alcaldías, porque es ahí donde, con la ayuda de la informática, pueden modificarse los resultados a favor de la Agrupación Democrática Nacional, el partido en el poder".
Frente a la pequeña mezquita de Bentalha, los milicianos de los grupos de autodefensa hacen guardia, con el Kaláshnikov en la mano ante el colegio transformado en centro electoral. Es el mismo lugar en el que, tras la matanza del 23 de septiembre, los supervivientes depositaron los cadáveres de las víctimas mientras esperaban la llegada de los miembros de Protección Civil.
Contraste abrumador
El contraste con las oficinas de Baraki, de la que Benthala depende administrativamente, es abrumador. Una fila de personas espera pacientemente en las escaleras a que le toque el turno de votar. Paradójicamente, es en esta población tan golpeada por el terrorismo donde la participación parece ser más elevada. Una movilización del último momento que se explica por la voluntad de estas gentes de escapar como sea del círculo maldito de la violencia. "La papeleta del voto es la única arma que nos queda", dice un aldeano. Los dibujos de los niños decoran las paredes y las ventanas de las clases (in las que están las urnas y las cabinas de voto secreto. Sobre los pupitres, los vocales de los partidos en liza anotan los nombres de los votantes. "No creo que sea bueno que un partido, sea el que sea, obtenga la mayoría", dice Alí Mzala, de 23 años, responsable de la oficina electoral, y añade: "Cuando en este país alguien obtiene el poder no lo sabe compartir. Y la democracia es entenderse con los otros".
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