El negocio
Ya cuando Erika Jong inició su nuevo filón para seguir forrándose, el Miedo a los 50, cabía barruntar que pronto íbamos a penetrar directamente en el Terror. Para confirmarlo, la revista Time dedica portada y páginas interiores al momento en que Hillary Clinton, como cualquier mujer, "tiene que mirar atrás y reflexionar sobre quién quiso ser y en qué se ha convertido".Gracias a lo más superficial del feminismo, asumido como motor de consumo aunque nos lo disfracen de doctrina, día a día nos sabemos al dedillo el trayecto hormonal que conduce a toda mujer desde su primera a su última regla, y aún más allá. Conocemos la abundante retórica con que describen nuestros momentos bajos y nuestras euforias, por qué nos crece el vello en tal sitio tal otro o sentimos desgana sexual partir de tal o cual edad. Si parir favorece el cáncer o mantener el virgo cultiva el riñón. Porque siempre hay un investigador -o miles- trabajando para unos laboratorios y estudiando la fórmula para convertirnos en madres a la edad de ser bisabuelas o en soplapuertas a la edad de ponernos en jarras frente al mundo.
Porque somos un buen negocio. Como todos, por otra parte, excepto los viejos, y ésta no es otra historia. Precisamente, el cuento de que tenemos que hacer meditación trascendental o leer a a las clásicas del estrogenerío para nadar sin sucumbir en el proceloso mar de la cincuentena forma parte de un asunto mucho más concreto, que nadie se atreve a confesarnos para no fastidiar el invento. Y es que nuestro ámbito está montado para que sólo con poder adquisitivo seamos tenidos/as en cuenta. Hay que comprar, comprar, y nosotras, además, consumimos seguridad, que es precisamente aquello que en la vida real se nos arrebata en cuanto bajamos la guardia.
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