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Artesanos 'cum laude'

La Cámara de Comercio homenajea a 15 madrileños que llevan más de cuatro lustros viviendo de unos oficios en vías de extinción

Son, a buen seguro, especies en extinción. Porque no resulta sencillo, en la vorágine de la gran ciudad, dar con alguien que domine el arte de la encuadernación, mudéjar, los entresijos de una red goyesca para el pelo, las singularidades de la madera de boj y del palosanto o el comportamiento, en el momento de la fundición, de metales con nombres de rotunda eufonía, caso del antimonio o el bismuto. Pese a su excepcionalidad, estos personajes existen y siguen ganándose los garbanzos con sus artes centenarias: confiadas de generación en generación y redescubiertas a lo largo de pacientes horas de trabajo en unos talleres tan callados y recoletos que parecen, definitivamente, retazos insospechados de una ¿poca muy lejana.En estos tiempos de tecnología digital, redes inteligentes y convergencia con Europa, la Cámara de Comercio e Industria se ha permitido, por un momento, levantar el pie del acelerador de la modernidad. Por eso, esta tarde hará entrega de sendos Diplomas de Artesano Madrileño Tradicional a 15 madrileños que llevan al menos 20 años viviendo de su oficio y de su vocación. Y que se lo han contado, como el más precioso de los legados, a hijos, sobrinos, esposas o nietos.Cuerdas que acarician

Son gente hecha de una madera especial. Paciente y perseverante, meticulosa detallista. Gente como Juan Álvarez Gil, un hombre que, a lo largo de medio siglo fabricando más de mil guitarras de trino primoroso, ha tenido tiempo de arrullar el sonido mismo como el que acaricia las curvas de una muchacha.

Álvarez inventó, incluso, una guitarra en la que el diapasón no se dividía en semitonos, como sucede con el instrumento convencional, sino en cuartos de tono, con el doble de trastes. "Si una guitarra no te sale mejor que la anterior, eso es que no eres un buen guitarrero", sentencia. Pueden dar fe músicos de altura: como Toquinho, el de Acuarela; o como el gran Eric Clapton, que utilizó una álvarez para la grabación del aclamado Unplugged.

Las horas también pasan despacio en el 4 de la calle de la Bolsa, donde la Casa Bolea sigue dando forma, 87 años después, a hombreras de gala, cordones para uniformes, borlas, fajas y fajines. Son las sutilezas de la pasamanería, un arte idóneo para las florituras de la imaginería militar. Lo preserva Francisco Javier Martínez, con la sola ayuda de las pocas máquinas de que dispuso su abuelo, Antonio Martínez Bolea, a principios de siglo.

Tampoco abundan las máquinas en el taller de Antonio de la Fuente, al que los archivos de la Cámara de Comercio tienen por el último espartero madrileño.Han pasado más de 50 años desde que entró de aprendiz en el taller de su tío, pero De la Fuente sigue aferrado a la aguja, la lía o cuerda para coser y la corbella, esa suerte de hoz con el filo de sierra que sirve para cortar el esparto. Tuvo años de gloria, el bueno de Antonio, cuando las tahonas de media ciudad transportaban las barras' de pan en sus cestas. Ahora, entre el plástico y el cartón, a Antonio de la Fuente sólo le quedan cuatro clientes en la cartera. Cuatro clientes y el sabor de una intensa nostalgia.

También conocen bien el devenir traidor de usos y costumbres en la Corchera Castellana, un establecimiento que en 1881, cuando lo fundó Emiliano de María, repartía su actividad entre tapones, recipientes para botellas y aquellas cajas de medicinas que aún recordará alguna abuela. Luego llegaron, aquello sí que era trabajar, las cestas navideñas que encargaban las mantequerías y las tiendas de ultramarinos. Ahora ya no hay cestos, ni tapones, ni botelleros, ni cajas para la botica. Pero Luis Fernando de María, nieto de Emiliano, resiste, con encargos menores, el cruel envite de los tiempos.

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