¡Quédese, señor Amor!
TELEVISIÓN ESPAÑOLA perpetró ayer uno de los espectáculos más chapuceros e incompetentes que se recuerdan en los últimos años. Algunos de los aficionados al fútbol que se sentaron delante de sus televisores para ver los partidos de la Liga europea Oporto-Real Madrid y Barcelona-PSV observaron con estupor cómo, en algunas zonas, las imágenes de Oporto se retransmitían con el sonido del encuentro de Barcelona; en otras áreas de Madrid, el partido que, sorprendentemente, aparecía en los televisores era el del Barcelona. Cientos de espectadores llamaron indignados a los medios de comunicación para protestar por una nueva demostración de desprecio a los ciudadanos, que sufragan las milmillonarias pérdidas de RTVE. Después de un vodevil de rectificaciones, López-Amor y su equipo añadieron furor al furor, y demostraron su incapacidad para retransmitir con un mínimo de corrección técnica dos acontecimientos deportivos que, éstos sí, habían suscitado un interés generalizado. Ni rectificando fueron capaces de acertar.La caótica retransmisión de ambos partidos se producía 24 horas después de que los aficionados de toda España se sublevaran por el intento del director general de RTVE -el ex diputado del Partido-Popular Fernando López-Amor- de ceder la retransmisión en abierto del partido Oporto-Real Madrid a la plataforma digital que apadrina el Gobierno y dirige Telefónica, que lo iba a ofrecer a sus abonados.
En muy poco tiempo, el director de RTVE ha exhibido una sobresaliente habilidad para multiplicar las críticas -ha conseguido aumentar los niveles de manipulación de los telediarios, labor sin duda titánica- y avergonzar al Congreso de los Diputados presentando -en tiempos de austeridad pública- un presupuesto que situaba la deuda del Ente Público para 1998 en 600.000 millones de pesetas, ¡el 33 % más que durante este año! Tanto dinero no le ha servido para algo muy sencillo: retransmitir con calidad un partido de fútbol a toda España.
Esta desgraciada acumulación de despropósitos debería ser corregida con una rápida destitución si quedase algo de sensatez en sus padrinos, y alguien tuviese que pagar por tantos desafueros cometidos en tan poco tiempo. No existe esperanza. Si no fuese una frase tan desprestigiada por el PP habría que gritarle: "¡Váyase, señor Amor!". Pero, demostrada la ineficacia continua da del director general, sus competidores en la televisión digital y la oposición política al PP deberían rogarle, casi de rodillas, que se quede. Pues la chusquedad de su mandato enaltece a sus predecesores y da oportunidades a quienes mediante una labor profesional y rigurosa quieren ofrecer buena televisión a todos los ciudadanos.
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