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EL DIFÍCIL CAMINO DE LA PAZ

Ojo por ojo

Los soldados israelíes tienen cerrado desde hace 10 días el pueblo de los autores de los atentados de Jerusalén

Assira Shamalya está castigada. Los soldados del Ejército de Israel mantienen cerrados desde hace 10 días todos los accesos al pueblo. Es una sanción colectiva impuesta por el Gobierno de Benjamín Netanyahu contra 8.000 habitantes cuyo único delito es haber compartido vecindad con cinco jóvenes -miembros todos ellos de un comando suicida- autores de los dos últimos atentados con bomba perpetrados en Jerusalén, en los que murieron 20 personas y otras 400 resultaron heridas."No puede pasar, es demasiado peligroso". El militar israelí que parece tener el control sobre una docena de soldados ha dicho su última palabra. Ellos impiden cualquier posible diálogo y también el tránsito por la única carretera que comunica con la ciudad de Nablús, a cuatro kilómetros.

Los componentes de este destacamento militar están a mitad del camino, repartidos entre el sol del mediodía en una explanada y las sombras de un olivar cercano al otro lado de la carretera. Pero siempre hay otro camino que lleva hasta Assira. Es una interminable pista que discurre entre pedregales, encajonada entre montañas; pronto se desemboca en las primeras casas del pueblo, muy cerca de la vivienda de Tawfik Vassin. Es la casa de uno de los cinco miembros del comando suicida, miembro del movimiento islamista Hamás, que murió un mediodía del 4 de septiembre en una cafetería de la calle de Ben Yehuda, en el corazón de Jerusalén, cuando hizo estallar la bomba que transportaba.

"Los soldados israelíes irrumpieron en el pueblo a las tres de la madrugada del 21 de septiembre. Llevaban el rostro pintado. Nos apuntaron con sus armas, nos sacaron de la casa y se llevaron a mi madre y a mis otros dos hermanos", asegura frente a la casa Said Yassin, el hermano del suicida. Tiene 37 años, trabaja ocasionalmente como pastor de un rebaño de 45 cabras, pero su verdadera profesión es la de maestro en una escuela primaria de Nablús, que se ha visto obligado a abandonar.

Erí poco menos de una semana los militares han regresado en otras cuatro ocasiones a la casa y al pueblo. Casi siempre lo han hecho por la noche o al atardecer. Siempre con las armas en ristre. En la primera visita se llevaron a nueve vecinos, familiares de los miembros del comando suicida, hasta un hospital de Tel Aviv -a más de 120 kilómetros al suroeste-, donde les tomaron muestras de sangre y de saliva para hacer un test de sus cromosomas y tratar, de establecer su parentesco con los miembros muertos del comando.

"No dijimos nada. Tenemos miedo de los soldados israelíes. Pueden volver en cualquier momento. Están ahí, a las puertas del pueblo. Mire cómo están las cosas, que yo no duermo en casa. Cada noche, cuando empieza a oscurcer, me voy al interior del pueblo, al puesto de la policía palestina. Duermo en el suelo, en una sala junto con otros cinco vecinos. Todos somos familiares de los supuestos autores de los atentados", dice Said ante la mirada atenta de las mujeres y mientras los niños han empezado a regresar ¿e la escuela.

No quieren hablar del muerto. Si finalmente lo hacen es para asegurar que se trata de un error, de una equivocación. Afirman que él nunca militó en Hamás, que lo único que hacía era trabajar en Jerusalén, en la compañía estatal telefónica. Construía cables y conducciones y trataba de olvidarse del fracaso escolar que le impidió continuar en secundaria.

"Desde que el Ejército israelí ha cerrado los accesos han empezado a escasear los alimentos. Ahora, cuando vas a la tienda, e ves obligado a comprar lo que hay. Si no hay el azúcar de siempre, compras el otro. Así hasta que se acabe. Lo peor es quizás o de los medicamentos, que también han empezado a faltar", afirman las mujeres de esa casa, en la que conviven una cuarentena de personas, miembros todos ellos de un único clan, el de Tawfik Yassin, el activista suicida.

Assira Shamalya no es una localidad pequeña. En el peor de los casos es un pueblo diseminado en el que es muy difícil censar el número de sus habitantes, pero que muy bien podrían oscilar entre los 7.000 y 8.000. Sus vecinos han vivido siempre de lo que les ha dado la tierra, sobre todo de esos olivares que trepan por las montañas a ambos lados del camino. Pero también se ganan la vida con los rebaños de ovejas o cabras, con un poco de huerta los más afortunados y de las divisas que envían desde el extranjero cerca de 4.000 oriundos convertidos desde hace años en empleados de segunda clase en paises árabes.Todo esto ha permitido crecer a Assira, aunque con modestia y limitaciones, y construir tres escuelas primarias y seis mezquitas, formar 17 sabios islámicos, contar con siete vecinos que conocen el Corán de memoria, dar estudios a una treintena de físicos y a otra docena y media de altos oficiales en la policía palestina o el Ejército jordano y, por si todo ello no fuera suficiente, poseer además entre sus residentes a 11 escritores, cinco poetas y el mejor equipo de baloncesto de la Liga palestina.

Ayer los vecinos de la ciudad cercana de Nablús trataron de infructuosamente de romper el cerco. Se acercaron por la mañana en manifestación hasta el puesto de la policía israelí. Mantuvieron un diálogo con los soldados, pero se les impidió pasar. A sus espaldas dejaron Assira Shamalya, la ciudad castigada.

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