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Incoloro, inodoro e insípido

Andrés Ortega

Tres objetivos se había fijado el proceso de reforma del Tratado de Maastricht que ha desembocado en el de Amsterdam que se firma el jueves: contribuir a la transformación de la Unión Europea de espacio en potencia, especialmente en materia de política exterior; preparar las instituciones para una ampliación que puede prácticamente doblar el número de los Estados miembros y eliminar sus actuales disfunciones, y cercar el proceso de construcción europea a los ciudadanos, para evitar volver a caer en el error de Maastricht, que se hizo e espaldas a los ciudadanos y que buenos sustos causó en su proceso de ratificación. Amsterdam, sin embargo, no ha cumplido ninguno de estos objetivos.El Acta única Europea (1986) sirvió para crear el mercado único. El Tratado de Maastricht (1991), para poner en marcha la unión económica y monetaria. El de Amsterdam es un texto que no va a quedar asociado a nada. Quizá porque llega demasiado pronto, cuando la UE no ha digerido aún su anterior cambio constitucional y está a las puertas de a moneda única. Más que un fracaso, Amsterdam es una ocasión perdida, un lucro cesante en términos de integración, que será difícil de recuperar en el futuro cuando la UE se amplíe a Estados no necesariamente integracionistas, pues acaban de recuperar su libertad y su ser nacional. No obstante, es de esperar que la moneda única, con el tiempo, ponga n marcha una nueva dinámica de integración política.

Amsterdam ha supuesto algunos avances ya sea en materia social -aunque en este terreno es más importante lo que ocurra el 21 de noviembre- en el Consejo Europeo extraordiario sobre el empleo que lo que diga el tratado-, en cuestiones de Justicia e Interior o en lo referente a las posibilidades de avanzar en la integración a varias velocidades o por medio de geometrías variables. Pero que Am- sterdam no saisface ni a los propios que lo han negociado queda claramente reflejado en el hecho de que, incluso antes de firmarse, ya e plantea una nueva reforma, en cualquier caso forzada por el aplazamiento de las principales adaptaciones institucionales. Esta reforma se podría hacer bien a través de una nueva conferencia intergubernamental, bien al amparo de los tratados de las próximas adhesiones.

De hecho, la Unión Europea parece inmersa en un proce so de reforma permanente de su ley básica, por lo que debería quizá buscar fórmulas menos farragosas que las muy formales conferencias intergubernamentales que tantas energíasmovilizan para modificar unos textos que tienen un rango superior incluso a las constituciones nacionales.

Justamente por este carácter, todo tratado básico de la UE debería resultar directamente comprensible para los ciudadanos europeos. Su impenetrabilidad viene a agravar el déficit democrático que sufre la construcción europea, y a alejar a los ciudadanos de esta. empresa de enorme envergadura. Quizá los portugueses estén contentos ante la posibilidad de estrenar con esta ocasión su nueva facultad constitucional de referéndum, pero deberían conocer sobre qué votan.

Amsterdam puede contener posibilidades insospechadas. Pero el jueves pasara sin pena y sin gloria. Afortunadamente, en estos momentos lo importante no es este tratado, sino elproyecto de moneda única que marcha viento en popa, tras la reunión informal del Consejo de Economía y Finanzas que ha venido a despejar muchas de las dudas que aún quedaban sobre el euro. Una moneda con un futuro, cada vez más, también británico. Es probable, además, que Amsterdam no se ratifique antes de la decisión sobre el euro.

Sorprende en todo esto que ni este Tratado ni la Agenda 2000 presentada en julio por la Comisión Europea parezcan tener nada que ver con ese proyecto esencial. Y, justamente, una manera para España de reforzar sus posiciones de cara a esta agenda cargada por el diablo es vincularla más estrechamente a la moneda única.

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