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El Rastro pierde veinte quincalleros

El Ayuntamiento expropia por 70 millones la corrala más importante de la ciudad

La policía llegó ayer a las nueve de la mañana al número tres de la calle de carlos arniches , en el corazón del rastro,donde, tras una puerta de madera, se esconde la más la grande de las últimas corralas de la ciudad. A esa hora, los veinte comerciantes que hasta ayer vendían ahí desde pupitres de escuela a batidoras de las antiguas se preparaban para marcharse para siempre. Uno de los anticuarios, Ricardo Fernández, de 29 años, no sólo ha nacido y vivido en este rincón de Madrid toda su vida. También lo han hecho su bisabuelo, su abuelo y su padre. Así que a Fernández se le encogía el estómago cuando veía a los policías, que esperaban la llegada de los agentes judiciales para precintar los locales.Las 15 familias que aún viven allí alquiladas se quedarán hasta que el Ayuntamiento de Madrid les busque un piso de protección oficial.

El Gobierno municipal ha llegado a un acuerdo con el propietario del edifico (declarado en ruina por el Tribunal Superior de Justicia) para expropiárselo a cambio de unos 70 millones de pesetas, según el gerente de Urbanismo, Luis Armada, que ofrece a los comerciantes un local en una galería comercial cercana, en la calle de Ribera de Curtidores, pero, eso sí, a precios de mercado.

La corrala expropiada acogerá un museo o un centro cultural

El Ayuntamiento rehabilitará el edificio (construido en el siglo XVIII) para que albergue el Museo de Artes y Tradiciones Populares (ahora está en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma) o bien un centro cultural con biblioteca para el distrito. "Es una de las corralas más valiosas y una muestra de alto valor de la arquitectura propiamente madrileña", arguye Armada. De hecho, el edificio goza del más alto grado de protección desde hace años.María Roces, portavoz de urbanismo de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos, se muestra muy satisfecha del resultado de casi 20 años de lucha en esa corrala. "El Ayuntamiento nunca se atrevió a declararla en ruina, pero el dueño lo consiguió en los juzgados. Hemos luchado mucho, se ha muerto gente en estos años, y llegamos a recoger 12.000 firmas para pedir que se rehabilitase", dice.

Roces explica por qué los comerciantes no tendrán la misma suerte que los inquilinos de los pisos: "No son locales propiamente dichos. Se les llama encierros. No tienen ni suelo, no están declarados como comercios, ni tienen licencia ni nada. Con la ley no tenemos posibilidad de defenderlos". Roces califica de "espeluznante" la visión de los escasos retretes (con agujero en el suelo) que hay en la corrala.

El jefe del departamento municipal de Edificación Deficiente, Fernando Macías, recuerda que el Ayuntamiento ha intervenido cuatro o cinco veces en la finca para tomar medidas de seguridad, unas obras que han costado casi cien millones de pesetas. "La estructura inicial prácticamente no existe. Hay que sustituir totalmente las maderas (vigas y demás) y sustituirlas por hierros, o, si se quiere, por madera nueva, que resulta más caro", dice.

Un Rastro "muy lleno"

Los comerciantes se quejan de que han tenido problemas con los pagos de los alquileres con el propietario de la finca, Gregorio Solís, a quien este periódico intentó ayer, sin éxito, localizar.

Todo esto lo decían mientras iban sacando trastos del patio de la corrala a la calle. Aunque muchos de los objetos (libros descatalogados y extraños, cuadros de no se sabe quién, percheros a punto de caerse y sillones de orejas) no encontrarán acomodo en ningún otro sitio del Rastro. "Es que está muy lleno ya el Rastro", decía uno de estos comerciantes.

Algunos de los tenderos disponen de otro sitio para vender; otros no. La mayoría daba vueltas ayer alrededor del patio sin saber muy bien qué hacer. A las diez de la mañana llegó el abogado del propietario y los agentes del juzgado. Nadie gritó ni se enfadó. Pero sí hubo una mujer que rompió a llorar mientras afirmaba que había vivido ahí su vida entera. Al lado de esta señora, uno de los comerciantes sacaba fotos de recuerdo. Incluso tiró una a los reporteros de Telemadrid. El abogado se excusó: "Ya me conocéis. Yo soy sólo un mandado".

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