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La 'rentrée'

Ya volvió el madrileño donde solía, traspasada la frontera del otoño, protocolo renovado, con levísimos matices que separan el hoy recién llegado del mañana incierto. La ciudad, endosa el ropaje de la vieja rutina, habitada por los mismos vecinos, que parecen otros, disfrazados de gente oscura, tostada por el sol del verano. A estas alturas, apenas diferenciamos el bronceado marino o de altas cumbres del moreno tatuado en la piscina municipal o en la azotea.En la rentrée en los lugares de costumbre, la cita hispana. en el bar, a la hora del aperitivo, ceremonia inexistente en otras latitudes, tiene rango de rito familiar cada domingo. Se advierte que estamos en democracia, porque nos estrecha la mano todo el mundo -costumbre inveterada en Francia y relativamente nueva en nuestros pagos-; los conocidos, el dueño, el encargado, el veterano barman y el recién contratado, el aparcacoches y, de un año para otro, el mendigo que tiene la esquina en usufructo.

El general tono de voz es alto, quizá por la inercia de los amplios espacios, subido para ser escuchado entre la algarabía infantil, por los gritos maternales llamando a las crías. Cada uno intenta relatar, con dudoso éxito, las peripecias protagonizadas, aunque el lugar que se frecuenta en la temporada de ocios y dispendios sea el mismo que el resto del año y, muy a menudo, idénticas las caras, aunque sorprendentes las desnudeces ignoradas durante el invierno. Sobreviene una forzada alegría para amortizar los pavorosos gastos soportados. Es mayor y de más confianza la comunicación entre quienes estuvieron en el Sur, el Levante o las islas mediterráneas, posiblemente porque abunda la información sobre los publicitados gestos de famosos y famosetes. Los que fueron al Norte, entre las fronteras marítimas de Portugal y Francia, apenas tienen algo que justificar, ni siquiera el posible aburrimiento y las ganancias de peso y volumen.

En la mesa, a la izquierda del bar de siempre, como cada día feriado, un señor conocido que aún no ha recuperado la corbata y los calcetines, como si estuviera, tan pancho, en Punta Umbría, Torremolinos o San Pedro de Piñatar, por ejemplo. Luce una tez de paquistaní suficientemente alimentado. Al rato aparece una dama que hasta él se dirige; quizá venga de aparcar el automóvil. Decimos una dama porque han desaparecido los signos externos que antiguamente orientaban acerca del encuadramiento social, e incluso la elasticidad de las costumbres. Guapetona, metida en arrobas, como diría un zafio, envueltas las amplias caderas con una estricta minifalda, parecida al atrevido bañador de la abuelita, con el aspecto que un antepasado competente habría calificado, sin vacilar, de jamona o mujer de rompe y rasga, definiciones admirativas fuera de uso. El andar, jacarandoso, consciente de la atención despertada entre el elemento masculino y la brizna de asombrada envidia de sus congéneres. Si hubiese apuestas, ocho a seis a favor de que se tratara de la esposa. A poco comparen otras tres señoras más, bien trajeadas, con menor vistosidad, pero el mismo meticuloso maquillaje. Y dos hombres más. La edad media, alta.,

Una confortable euforia reina en el bullicioso grupo, donde el camarero, tras haber dado la mano a unas y otros,toma la comanda con entusiasmo, como si aquello que realiza el resto de las jornadas hábiles le colmara de contento. Al cabo de poco se incorpora otra mujer joven -quiere decirse mucho más joven- flanqueada por una pareja de niños, a quienes los presentes besuquean, entre frases admirativas, como si nunca hubiesen visto criaturas bien nutridas. Se dirigían a la otoñal minifaldera llamándole "Mimí", lo que lleva a la deducción de que se trataba de la abuela materna. Solicitaron ellas tres vodka-tónic, un cóctel de champán y un martini doble. Ellos, dos cervezas y una limonada. Los caballeros no fumaban y los niños tampoco. Es la rentrée, el verdadero nuevo año., que debiera iniciarse el primero de octubre recién comenzado el curso escolar, la elaboración de los presupuestos del Estado, las rebajas en los grandes almacenes y la renovación de las hipotecas. Idea ya expuesta por otros pensadores; a la que falta la energía de quien corresponda, que ésa es otra.

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