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Fuego de paja

Antonio Elorza

Es probable que en catalán haya un proverbio parecido: "Lasto su, kakazu" ("El fuego de paja es sucio"). Raimon debió tenerlo en cuenta antes de lanzarse a su arriesgada y generosa apuesta en el homenaje a Miguel Angel Blanco. Recuerdo bien aquel 18 de mayo de 1968 en la Facultad de Políticas y Económicas, cuando el de Játiva cantó por primera vez en Madrid su homenaje al País Vasco. Gritar en público "¡Gora Euskadi!" estaba prohibido, pero él lo hizo aquel día, en vez del "gora gora diuen fórt" a que le obligaba la censura, igual que todos los colores del verde de la tierra a que hacía referencia. El recital terminó con una gran manifestación hacia Argüelles que atrapó por azar en el atasco al automóvil en que viajaba la princesa Sofía y ésta no debió escuchar entonces cosas muy agradables porque ella y su esposo Juan Carlos encarnaban la continuidad del franquismo.Desde entonces han transcurrido casi 30 años. El actual rey ha asumido sin problemas la ambivalencia de su posición preconstitucional y la canción de Raimon se inscribe en el repertorio que explica la amplitud del movimiento cultural y social en que habían de apoyarse la democracia y la concepción plurinacional de España. Ese pueblo que ha sufrido tanto sigue haciéndolo, pero no a causa de las detenciones y torturas de militantes obreros y nacionalistas por la Guardia Civil y otras fuerzas de seguridad del Estado, sino por el terror de ETA. Tenía, pues, pleno sentido confirmar la desesperada solidaridad con la causa nacional vasca en este otro contexto. Era el mejor servicio que podía prestarse a la democracia y a la memoria de Miguel Angel.

El error fue no contar con el destinatario. Una cosa fue la movilización de masas en julio, donde los gritos de fascistas y partidarios de la pena de muerte resultaron acallados por la inmensa mayoría, y otra la suma de ultras, de populare y de fans de las estrellas basura que podían verse atraídos por un festival que colocaba como protagonistas al primer contribuyente del reino, Julio Iglesias, a Ana Obregón o a Macarena. Era lógico que semejante auditorio se cebase en el pasado político de José Sacristán o en el simple hecho de que un valenciano cantara en catalán, destrozando así el llamado "espíritu de Ermua". Un buen recordatorio para los enemigos de los nacionalismos, mostrando que la irracionalidad no reside sólo en catalanistas y abertiales.

Y sobre el triste episodio, con el fuego de la paja sembrando lógicamente suciedad, el PP al desnudo. En algunas de sus gentes vociferando como en el pasado, pero sobre todo en la pretensión de capitalizar solos la tragedia, en el pésimo gusto de la elección del tipo de acto y en la incapacidad para reaccionar, donde sus responsables rozaron la infamia y/o la incompetencia. Nadie salió al escenario para respaldar a Matías Prats, desautorizando los abucheos. Luego éstos fueron refrendados por el hombre del PP en TVE como signos de libertad de expresión. Libertad que no existió en su televisión oficial, que trató de echar tierra sobre el asunto y realzar el supuesto éxito. A modo de telón de fondo, la foto de Aznar y sus folclóricos, feliz a los acordes de Macarena cuando lo que se conmemora es un crimen. Para rematar la faena, Aznar declara que los abucheos son sólo una anécdota.

Una anécdota, no; un síntoma. Sin llegar a los tonos apocalípticos empleados por González, resulta hoy más creíble que nunca la perspectiva de un conservadurismo autoritario cuyo propósito sea compensar la pobreza mental de unos gobernantes con el control de los medios. Una vuelta a los tiempos bobos, aderezados con misisipis, moros, cristianos, pelícanos, marcianos y otras tómbolas, mientras la información se centra en las aventuras de un atajo de figurones, de Cosas en el sentido de la palabra para Maruja Torres, quienes a golpe de miles de millones nos proporcionan el diario hartazgo de balón. Pronto en un bosque de decenas de canales, también bajo control.

Pluralismo en apariencia, debidamente filtrado. Y que nadie dude de los éxitos de Aznar, pase lo que pase.

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