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El 'inventariazo'

"Si perdemos los árboles, lo perdemos todo", rezaba, o reza, el anuncio reiterado en la tele por el Ministerio de Medio Ambiente a lo largo del verano, y ni que decir tiene que mi ánima se ha reconfortado contemplándolo; ni que decir tiene que, en cada una de estas ocasiones, de mi zurcido corazón brotaban corazoncitos sanos e inetéreos y emprendían el vuelo autónomo hacia la señora Tocino, en realidad cual flechas de Cupido, aunque es posible que ella no se haya enterado jamás. Ahí es nada, los poderes públicos de este país interesándose por los árboles, amándolos incluso, al parecer. Y no es que las tuviera todas conmigo porque, tras una vida de indecibles sufrimientos de origen arbóreo originados por esos mismos poderes públicos, tengo derecho a sentirme escéptico, ¿no? Pero tampoco deseo cerrarme a la esperanza, ni niego la presunta existencia de los milagros. Lo único que quiero yo, como santo Tomás, es comprobarlos in situ. Igual que en el controvertido caso de la monarquía británica, habrá que munirse de paciencia y longanimidad, "wait and see".

Mientras tanto, descendiendo a la vida real, cotidiana y tangible, ¿van bien los árboles de Madrid? ¡Pónganse en lo peor! Aparte de la patética información que me transmitena diario estos ojos míos que se ha de comer la tierra, Rafael Fraguas nos explicaba con pelos y señales el 13 de agosto las razones de la precoz expoliación sufrida ya entonces por los plátanos que ornan calles, plazas, parques y avenidas de la capital, fenómeno que aportaba a esta urbe mártir un aspecto otoñal. ¿Era -el apocalipsis? Bueno, todavía no. Eran tres enfermedades, tres -la antracnosis, el oidio y la socarrina-, aliadas, como redivivos jinetes del susodicho apocalipsis, para destruir el árbol ornamental más frecuente y socorrido de Madrid. Los expertos consultados afirmaban que la forma más eficaz de atajar tal conjura consistía en podar drásticamente las ramas afectadas... Conociendo la voluminosa jurisprudencia acumulada por los ayuntamientos madrileños en su trato arbóreo, ¡cuánto mejor habría sido que los susodichos expertos hubiesen mantenido la boca cerrada y dejado morir a los pobrecitos enfermos en su cama, como quien dice!

Entre las causas, se cita "la remoción de los suelos contiguos, provocada por obras de superficie o estacionamiento...".Por cierto, lector amado, acérquese a contemplar la inacabada obra Manzano por antonomasia (léase plaza de Oriente) y compruebe cuán preciosos le quedaron los árboles situados frente a palacio. Hasta el mismísimo Rey tiene que estar encantado. Me llevé otro bofetón el 20 de agosto al leer, textualmente (Antonio Jiménez), que "en las calles de Madrid se agazapan 7.000 árboles enfermos o podridos, con un elevado índice de peligrosidad vial". Quienes revelan tal dato son los famosos expertos municipales. Se encargará un inventario general de los 205.000 árboles de Madrid para desenmascarar a estos asesinos en potencia, y ya se ha abierto un pliego de condiciones para que las distintas compañías opten a este trabajo, procediendo a la tala o, en su caso, la "cirugía arbórea" (que, cuando del Ayuntamiento se trata, viene siendo lo mismo, pero con más recochineo). Para explicar la conducta antisocial de los presuntos sospechosos, citan las obras públicas y privadas, el reducido espacio, las redes de servicio y el vandalismo". Confían en que el coste del inventario, o inventariazo,. no rebase los 500 millones de pesetas, que rima con futesa, cantidad que coincide, siniestramente, con el desembolso efectuado hace un año para: a) exhumar, b) estudiar arqueológicamente y c) erradicar en una noche las ruinas enterradas bajo la plaza de Oriente.

Además de tratar o talar los árboles peligrosos, la empresa que gane el concurso hará una ficha de cada uno, y el edil de Medio Ambiente ha explicado que aquí "no se les trata mal", lo que pasa es que ellos nacen, crecen y mueren, como los demás seres vivos, y se pretende "evitar que se caigan encima de uno". Se cita el caso de una pobre chica madrileña que quedó parapléjica en 1991 al caérsele una rama encima. No se dan cifras de los muertos o minusválidos como consecuencia de caídas de cornisas, y ni siquiera de atropellos, ni hay constancia de inventarios o acciones contra las cornisas o automóviles con altos índices de peligrosidad.

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