Camilla
Sólo el diablo canonizaría a Camilla Parker, de acuerdo, pero alguien ha de reivindicarla en estas horas de dolor. Cada ramo de flores colocado sobre el cuerpo de lady Di ha sido un clavo sobre el ataúd invisible de esta pobre mujer que nunca gozó de un espacio propio frente a las prácticas monopolísticas de Diana, colonizadora furiosa y simultánea de las regiones del sida, de la lepra, del cáncer, del rock and roll y de las minas antipersonales. Todo ello además de haberse apropiado, bien en calidad de cónyuge o de ex cónyuge, del príncipe o sapo con el que los británicos se desayunan cada día. Y si se murió unas horas antes que la madre Teresa no fue sino para llegar primero. Una trepa.Así las cosas, a la Parker no le quedaba otro territorio que el de la osteoporosis, un mal asociado a la menopausia y desprovisto del prestigio social que los actores o los santos, respectivamente, han transmitido al sida o a la lepra. De hecho, el Papa jamás se ha referido a él en sus intervenciones públicas, y no se sabe de ninguna reina o cantante de ópera que haya pensado en crear una fundación ósea. En ese sentido, Camilla no hizo sino tomar del arroyo lo que los demás despreciaban, como Teresa de Calcuta.
Camilla Parker es a la monarquía lo que Verlaine a la literatura: la parte maldita. ¿Acaso tiene que morir ella también para demostrar al mundo que bajo esa apariencia de hermanastra no había sino una cenicienta fea? De acuerdo, pero que sea cuanto antes y que nos sirvan su necrológica bien fría, como la venganza, sobre la calavera de lady Di. Aunque quizá no sea necesario que se mate, puesto que ya ha sido asfixiada mundialmente. ¡Loor a la reina de las cloacas monárquicas. A la amante fecal y desgastada, a la perversa! ¡Abajo la lepra! ¡Arriba la osteoporosis!
¡Viva la república!
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