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Conservadores "del status quo"

Joaquín Estefanía

La respuesta, entre paternalista y apriorística, de algunos economistas liberales -y de los responsables del Ministerio de Trabajo español- al plan de empleo juvenil francés abunda, en el fondo, en la idea conservadora de que poco nuevo hay que experimentar en Europa contra la pandemia del desempleo: lo que había de hacerse -crecimiento económico y flexibilización del mercado de trabajo- se ha hecho o, en todo caso, hay que aumentar sus dosis.Este tipo de manifestaciones son, por desgracia, muy frecuentes en el mundo de hoy. Cuando alguien propone medidas que se salen de la ortodoxia, lo más probable es que el interlocutor, aliviado, conteste simplemente: eso ha fracasado. Y ya está: como si con la mera enunciación del naufragio el problema desapareciese del mapa y su replanteamiento fuese irracional. El statu quo como único paisaje natural.

En el otro extremo ideológico también se da una parecida clase de respuesta: el escaso porcentaje de desempleo en Estados Unidos se debería, en esencia, a una mezcla de inhumana movilidad y contratos basura que los sindicatos europeos, nunca, bajo ninguna circunstancia, deben aceptar. El catedrático Luis de Sebastián, buen conocedor de Norteamérica y nada sospechoso de complacencia sobre su modelo económico, escribe una carta a este periódico en la que demanda un debate que aclare, sin coartadas, lo que allí está sucediendo: "Debemos reconocer que los Estados Unidos han conseguido el pleno empleo. Eso nos obliga a los que queremos comenzar a resolver el problema del desempleo en España a analizar honradamente lo que está pasando allí".

No basta decir, con razón pero también con ligereza, que el pleno empleo americano se ha conseguido con unos niveles de salarios que en Europa serían inaceptables. Hemos oído hablar de los working poors (trabajadores pobres) y crecer el número de gente sin vivienda (léase El planeta americano, de Vicente Verdú), algunos de los cuales tienen trabajos tan poco remunerados que no les da para pagar un modesto alquiler. También conocemos las denuncias de muchos economistas progresistas sobre la creciente desigualdad que se está gene-, rando en la distribución de la renta del país. "Esto, sin embargo, aunque es verdad, no es toda la verdad", dice Sebastián, " y creo que debemos hacer un gran esfuerzo intelectual y humano para comprender en qué consiste realmente la fórmula americana para el pleno empleo. Debemos hacerlo, por lo menos, porque no tenemos otra fórmula que prometa mejores resultados... Por pura solidaridad con los desempleados no podemos rechazar por motivos ideológicos el examen serio de una fórmula que por lo menos está resolviendo el problema del desempleo, aunque no resuelva el problema de la distribución de la renta. Pero ¿es que nosotros con el desempleo masivo que tenemos estamos resolviendo mejor el problema de la redistribución?".

Hay que estudiar la experiencia estadounidense, pero también la holandesa o las más recientes del laborista Blair en el Reino Unido, o el socialista Jospin en Francia. Tanto uno como otro han desarrollado planes sobre el empleo juvenil que no deben ser despreciados olímpicamente ante el argumento de que crearán empleo en el sector público y no en el sector privado. Tiene efectos macroeconómicos, pero ¿qué le importa eso a toda una generación de jóvenes desesperados por no poder emanciparse? Los dos líderes europeos, desde distintos puntos de vista, han declarado que la urgencia de las urgencias es el empleo y, en palabras del segundo, "queremos hoy y mañana decir lo que haremos y hacer lo que decimos".Buen principio político, a veces tan desconocido en estos páramos.

Todo lo que tenga racionalidad debe ser ensayado. La impotencia frente al desempleo es la peor de las soluciones. Cobran mucha significación la cumbre de noviembre de los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea sobre el paro (sobre la que ya empieza a haber un espeso ambiente de resignación) o la Conferencia sobre el empleo, los salarios y el tiempo de trabajo, que se celebrará en París en las próximas semanas, una especie de estados generales en los que participarán los interesados. Porque de ellas pueden emerger ideas que acompañen a la mera necesidad de fundamentar la cohesión social exclusivamente sobre el crecimiento económico, o seguir una senda -como el burro en la noria- que no conduce a muchos lugares. Máxime cuando como resultado de la aplicación de la política económica hegemónica, compartida por todos, consistente en la suma de equilibrio presupuestario e inflación reducida para luchar contra el desempleo -como recordaba el profesor Saura en estas páginas la semana pasada-, "nos encontramos con el triple de parados que en los [años] sesenta" (más de 17 millones en el área de la UE).

El plan de empleo francés no es enteramente novedoso; se inspira en la experiencia sueca consistente en la obligación de ofrecer un puesto de trabajo público de carácter social y a nivel municipal para aquellos parados que ya han agotado todo el periodo de percepción de las prestaciones por desempleo. Estas normas reflejaron más el interés de combatir la marginalidad y la pobreza que el paro propiamente dicho. Pero también se cimenta en los contenidos del Libro Blanco sobre el crecimiento, la competitividad y el empleo, aprobado por la Comisión Europea bajo el mandato de Jacques Delors, y que permanece en el sueño de los justos (por la incompatibilidad con el mismo de los ministros de Economía reunidos en el Ecofin: no hay financiación).

En el Libro Blanco se populariza el concepto de nuevos yacimientos de empleo: el sector público estimula la creación de trabajos sociales para atender necesidades insuficientemente cubiertas por el mercado, como los servicios de proximidad (guarderías, ayudas a domicilio), los vinculados al medio ambiente (mantenimiento de zonas naturales) y los agrupados en el sector del ocio, la cultura y las mejoras en la calidad de vida. La doctrina de los yacimientos de empleo se apoya en la conversión de los subsidios del desempleo en salarios, creando empleos útiles para la sociedad y dando experiencia profesional a los jóvenes; se trata de pasar de la pasividad de los subsidios a las políticas activas de participación. No es la única iniciativa a experimentar. El reparto del tiempo de trabajo es otra, aunque parezca imposible aplicarla a escala estatal. Pero ¿por qué la lógica del trabajo o la redistributiva permanecen nacionalizadas -es la única nacionalización que gusta- y la lógica de la asignación de recursos está globalizada? Jospin prometió "traer progresivamente la duración legal del trabajo de 39 a 35 horas, sin disminución del salario", pero las dificultades son tangibles en la realidad diaria francesa. Otro proyecto que se maneja -y que ya se utiliza en algunos sitios, bajo diferentes modalidades- es el de la renta universal: puesto que la sociedad no es capaz de ofrecer trabajo para todos, habría que inventar un impuesto negativo (hasta un determinado nivel de ingresos las familias reciben dinero del Estado; por encima de esa cantidad, pagan); consiste en el abono a cada miembro de la sociedad, por el hecho de serlo, de un subsidio base incondicional. Ello no aumentaría el empleo -en algunos casos, quizá lo contrario- impulsaría la cultura de la pobreza-, pero reduciría la enorme marginalidad que conlleva el paro de larga duración. Dos premios. Nobel de Economía de tendencias contrapuestas -James Meade y Milton Friedman- ya analizaron en el pasado los efectos de la renta universal.

Es un tópico afirmar que no hay fórmulas mágicas para crear trabajo. Los complementos al crecimiento económico están cargados de riesgos y exigen intervenciones administrativas, pero evitan la resignación, un valor que si cotizase en Bolsa se saldría de la tabla; pero no deben ser devaluados por los académicos. Se trata de encontrar una nueva alianza entre el mercado y el Estado que borre los dos dígitos de los porcentajes del desempleo y restituya el puente entre la realidad económica y la realidad social. No hay nada tan análogo al pensamiento único como el pensamiento antiguo: ambos pertenecen a los conservadores del statu quo.

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