Escupir
Desde el sanguinolento escupitajo de nuestros tísicos de posguerra hasta el salivazo luminoso y certero del jugador Stoichkov hay un largo camino. Yo he conocido todavía preciosas escupideras con serrín en balnearios, casinos y aulas a donde se acercaban los españoles más dignos para rematar con un lapo aquella tos que les nacía del fondo del alma. En muchos locales públicos había carteles que prohibían blasfemar y escupir en el suelo. Esta orden no se dirigía a los héroes sino a la gente vencida por la vida diaria, puesto que entonces se escupía y blasfemaba sólo por miseria. En cambio hoy se ha puesto de moda en los estadios el salivazo victorioso del atleta y también los insultos corales que surgen de los graderíos. Son dos formas que adopta el triunfo moderno: media boca para escupir y la otra para blasfemar. Pese a todo, el fútbol es lo más coherente de cuanto sale en televisión. Te paseas con el mando a distancia por los telediarios ensangrentados con degüellos rituales, coches bomba, carnicerías humanas en los mercados, tertulias basura, declaraciones de políticos, bendiciones papales sobre los pobres con el báculo de oro y huyendo de, esta cochambre, de pronto aparecen en la pantalla veintidós jóvenes rutilantes en pantalón corto detrás de un balón mandados por un simple oficinista con autoridad suficiente para expulsar del campo a un divo mundial que además es multimillonario. En medio del absurdo planetario tal vez el balón es el único objeto animado que aún tiene sentido, y a su destino impulsado por infinitas patadas se han incorporado ahora los salivazos violentos que sueltan los jugadores. De sus fauces heroicas salen a veces unos lapos radiantes con tal destreza que parece que van a atravesar la pantalla y te van a dar en un ojo. En esto también hay escuelas. Los salivazos de los futbolistas croatas y búlgaros son fulminantes y directos. En cambio, los argentinos y brasileños los sueltan más densos y roscados con parábola. Si se puede elegir, prefiero los salivazos de Stoichkov. Es un genio.
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