Y sueño
Estoy teniendo un sueño y no quiero despertar. Sueño (pero esto ocurre de verdad) que cientos de inocentes son degollados, despedazados, masacrados, en la tierra de Argelia. Sueño (y aquí viene la fantasía) que, tras un fin de semana especialmente sangriento en la tierra que vio crecer a Camus, los medios informativos de todo el mundo dedican una cobertura extraordinaria a la tragedia. Todos los periódicos, incluido éste, ocupan al menos una docena de páginas con su investigación de: 1) qué sucedió; 2) a quiénes (y qué perdieron las víctimas); 3) dónde ocurrió (y qué significa Argelia para el resto del mundo, en especial a niveles de inversiones); 4) cómo se produjeron los hechos; y 5) por qué: por qué la sangría no se detiene, por qué el Gobierno argelino se saltó la legalidad a la torera cuando las elecciones que iniciaron este drama, por qué Occidente apoyó la chorizada, por qué ahora las autoridades mienten y dificultan la labor periodística, por qué se ha llegado a esta barbarie, qué iniciales del poder asesino (el poder establecido o el poder del fanatismo islámico que se le opone) llevan grabadas los muertos en la frente.Sueño que la cobertura informativa es extraordinaria y que lo mismo ocurre con la reacción del público. Conmovidas, las masas acuden en tropel a depositar flores ante todas las embajadas de Argelia. Los jefes de Estado aparecen ante las cámaras, compungidos, afirmando cuánto aman la dolorida tierra argelina, cómo sangra su corazón por las víctimas, dicen que hasta aquí podíamos llegar, y prometen interesarse por el asunto.
Sigo soñando, incluso cuando sé que es sólo un sueño, porque no sé si aguantaré el carnaval farisaico póstumo que estamos viviendo desde que murió esa pobre chica.
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