'Nela'
Bajo un naranjo acabamos de enterrar a Nela, una perra que nunca ladraba a los mendigos que venían a pedir limosna ni a ningún otro desconocido. Estoy seguro de que habría movido también el rabo a cualquier ladrón que hubiera entrado en casa. Sólo ladraba a la luna llena, a las mariposas, a las lagartijas e incluso a las flores nuevas que veía en el jardín. A Nela le gustaba olisquear las plantas y jugar con los niños, pero tuvo la mala suerte de compartir los últimos años con Tobi, un chucho golfo recogido en la calle bajo las ruedas del coche, que se ha visto obligado a ser extremadamente gracioso para abrirse un hueco en nuestras vidas. No obstante, los ladridos de Nela habrían llegado a los cinco continentes. Mientras hablaba por teléfono a veces con Buenos Aires, Sydney o, Nueva York, mi interlocutor, que oía siempre ladridos de fondo, solía preguntarme qué le pasaba al perro. Yo contestaba: "Es Nela, que está ladrando a la primera rosa que ha brotado en el jardín esta primavera". La biografía de muchas personas se compone de los perros que han pasado por su vida. Cada perro sintetiza la memoria de unos años. Mis primeras lágrimas se debieron a aquel perrillo sin nombre, compañero de niñez, que murió aplastado por un camión. Después, el Chevalier fue mi amigo inseparable en la adolescencia y a él llevo asociadas lecturas de Salgari, baños en la playa, canciones de Machín. La perra Lara, una inglesa nacida en Kensington, me enseñó a ser un caballero en medio de la caspa del último franquismo y con ella atravesé la transición a la democracia. Nela llegó con los socialistas, y enseguida se puso a ladrar a la luna y a cualquier cosa bella e inanimada. Ahora el silencio de sus ladridos será para siempre un espacio cerrado en casa. La acabamos de enterrar bajo un naranjo. Le hemos adornado con flores las orejas, y en la fosa, junto a su cuerpo, hemos colocado frutas y semillas de muchas clases para que broten con su recuerdo en primavera. Nela era una cocker de color miel.
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