Sangria, castañuelas y dólares
Santi de España y Quique el Jeringas sorprenden a los extranjeros de excursión en las cavas de Madrid
"No sé cómo se las apaña pero ni cuando va alegre se le cae la jarra", comenta con admiración y cariño Cati, la dueña del restaurante La Forja, donde Santi de España, un bailaor gallego de 51 años monta el número cada noche ante los grupos de turistas que hacen la ruta de los mesones en la cava de San Miguel. Marcarse un zapateado con una jarra de sangría en la cabeza y tocar al mismo tiempo las castañuelas, como hace este hombre a diario, desde hace tres lustros, es toda una proeza que impresiona a cualquiera."Tengo que tomarme alguna cerveza para conseguir el puntillo que me quita el miedo", confiesa Santi.
El local está abarrotado de japoneses, que, tras el espectáculo, se han quedado atónitos, como sin expresión. Muchos de ellos se levantan a inspeccionar la cabeza del artista para comprobar que no hay truco. Una señora portuguesa casi se atraganta con un calamar. "¡Nunca había vistor nada parecido!", exclama.
"Me gusta el público extranjero porque es respetuoso. Los españoles no hacen más que reírse y hablar durante la actuación", se queja el bailaor, cuya coreografía está inspirada en la ancestral costumbre rural de transportar el cántaro de agua en la cabeza. Si la noche se da bien, puede llevarse en propinas hasta 15.000 pesetas.
Sólo en tres ocasiones la jarra ha ido a parar al suelo en los 15 años que lleva realizando este original ejercicio de equilibrio, único en el mundo casi con seguridad. "Pero ninguna fue culpa mía; me empujaron accidentalmente", aclara. Su contribución al entretenimiento turístico en la capital ha sido reconocido oficialmente. Asegura que la placa con su nombre que luce en el cuello, junto a la Virgen del Rocío, se la, regaló el alcalde José María Álvarez del Manzano y que a Enrique Tierno Galván le gustaba bailar el chotis mientras él tocaba el organillo, otra de sus habilidades.
La cava de San Miguel es un recorrido obligado para los turistas que llegan a la capital, al menos los que viajan en grupos organizados. La marcha comienza a las ocho y media de la tarde y termina a la una y media de la madrugada. Es un recorrido que incluye una decena de mesones, cada uno con su especialidad. Cati, que regenta también el mesón El Huevo, añora los viejos tiempos, mucho mejores para el negocio: "Hace 20 años, sólo los viernes vendía150 tortillas de patata. Se ganaba mucho dinero
Quique, El Jeringas, es otro de los personajes responsables de la animación en la zona. Es manchego, tiene 36 años y estudia canto en la Escuela Superior de Madrid. Abandonó su puesto de funcionario como ATS -de ahí el apodo- para recuperar el estatus de estudiante y poder cumplir su sueño: ser cantante de ópera. Vestido de tuno, interpreta desde boleros hasta napolitanas. Así consigue algún dinero para la pensión y las clases de canto. Esta noche llueve y no hay demasiado público. "Ocurre también que cuando los turistas llegan a Madrid están ya muy castigados. Vienen de la gira por Andalucía y en dos días tienen que visitar Ávila, Toledo y Segovia. Un palizón. No les quedan fuerzas para trasnochar".
Hoy ha habido suerte. A las once de la mañana la bodega La Bohemia comienza a animarse. Quique agarra el micrófono e interpreta Oh sole mio. Viccenzo, un napolitano octogenario que visita por primera vez Madrid, grita "bravo" emocionado, y se levanta para abrazar al cantante. El resto de italianos aplaude y le llaman Pavarotti. "¡Que yo soy barítono, no tenor!", les responde el tuno manchego, muy satisfecho por la calurosa acogida del pueblo napolitano, que tiene fama de generoso.
"Los extranjeros son tan espléndidos como antes. Lo que ha cambiado es el valor de la unidad monetaria. Hace 20 anos te echaban un dólar, y ahora también, pero, claro, el estatus de la peseta no es el mismo", razona Quique. "Pero yo no actúo por dinero. Lo hago por divertirme".
En El Champiñón se echa de menos al señor Ramos, que este mes de agosto se ha tomado vacaciones. Es un viejo músico que toca el piano. En su juventud, cuentan, acompañaba a Antonio Machín.
Es medianoche. La lluvia no ha borrado el olor a fritanga que impregna la calle, hasta donde llegan las voces de los turistas que, bajo los efluvios del alcohol, han iniciado los tradicionales coros etílicos. En la cava, España aún es diferente.
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