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Tribuna
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Los buscavidas

Madrid es una ciudad. de buscavidas que suelen encontrar lo que buscan, una ciudad en la que resulta relativamente fácil tomar una vida prestada, inventarse una personalidad postiza, una máscara que con el paso del tiempo se encarnará sobre el antiguo rostro esculpiendo un nuevo y definitivo perfil.El estudiante, que en su provincia de origen pasaba por respetuoso, aplicado y sumiso hijo de familia, llegaba a la capital aflojándose el nudo de la asfixiante corbata y, desmelenando sus ordenados bucles, ensayaba en el espejo del lavabo del tren muecas torvas de perdonavidas y turbias miradas de golfo encanallado en la depravación de una ciudad cuyas tentaciones aún no había afrontado. El anonimato de la gran urbe donde nadie le conocía le facilitaba su metamorfosis, el recién llegado se recubría de un caparazón para defenderse en un medio nuevo y hostil.

Jóvenes literatos provincianos, apocados y frágiles poeta: de estufa e invernadero, irrumpían en los cafés de la capital con atuendos estrafalarios, gestos teatrales y desaforada verborrea, dispuestos a no dejarse avasallar por la endurecida competencia de los cenáculos culturales capitalinos.

Habían dejado su vieja piel, su apocado gabán gris y sus millones de lana en un compartimento de tercera del expreso. Pisar Madrid era un reto que había que afrontar con imaginación y desparpajo.

Todo, incluso el ridículo, antes que pasar inadvertido.

Mentían por carta y conferencia los estudiantes a sus familias lejanas, asegurando que ya estaban en tercero de Derecho cuando hacía años que ni siquiera se matriculaban y dilapidaban la subvención paterna en francachelas nocturnas. Mentían a sus novias de antaño renovando su compromiso de fidelidad, desde sus promiscuas habitaciones estudiantiles.

También mentían, con tintes líricos, los poetas cuando escribían a los suyos para hablarles de sus inminentes publicaciones, y mentían dramáticamente los dramaturgos augurando próximos estrenos en céntricos coliseos. Mentía el inmigrante cuando le decía a su mujer que muy pronto podría llevárselos a todos a la capital porque tenía buenas perspectivas en un nuevo trabajo. Mentía la joven prostituta cuando hablaba en sus cartas a- la familia. del pueblo de sus triunfos como artista en la capital.

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Un tapiz de falsas promesas y piadosas mentiras cubre la ciudad como un manto que protege de miradas indiscretas a los impostores mientras se buscan la vida. Los más perseverantes en la impostura conseguirán al cabo de los años consumar la suplantación, aunque sea a costa de terminar la carrera, publicar una novela, pisar un escenario o encontrar un puesto de trabajo estable en la lotería laboral.

Para los que se. rinden y desisten de sus quimeras, de vuelta a sus lugares de origen, queda la falsa memoria de sus hazañas madrileñas, de sus años de supuesta y desprejuiciada bohemia.

Inmersos en un universo de apariencias y engaños, muchos buscavidas encontraron una airosa salida en la política, campo abonado, coto exclusivo, para impostores con labia y experiencia, aún más en este tiempo que reconoce la hegemonía de la imagen sobre el contenido, en el que una buena imagen vale por mil ideas y millones de votos.

Desde los primeros días de su capitalidad, empezaron a llegar a Madrid oleadas y oleadas de arribistas dispuestos a abrirse paso en la selva de las intrigas cortesanas y políticas con machetazos de sus afiladas lenguas, a medrar entre la adulación y la conspiración, entre la burocracia y la demagogia.

Madrid ha sido y es la primera plaza, el ruedo ibérico de la maestranza política en el que han de tomar la alternativa los aspirantes a tribunos. El público de Madrid, gran conocedor del espectáculo, es muy exigente con los noveles, más propicio a la bronca que al homenaje, siempre al acecho, esperando regocijado que pillen en falta a sus políticos, empitonados por sus propias mentiras, desprovistos del engaño, sin un mísero capote que oculte sus vergüenzas.

"Tié que haber gente pa tó ", que dijera el torero, y el ruedo político ha servido muchas veces de generoso cobijo para buscavidas que creen poder engañar para siempre a los demás porque supieron engañarse antes a sí mismos y a sus padres, a sus novias, a sus hijos, a sus amigos y a sus ideas para instalarse en el limbo de Madrid.

Madrid, la ciudad de las falsas promesas, de las mentiras piadosas y de los sueños rotos.

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