La percusión en los pies

El bailaor Juan Ramírez es un caso aparte en el flamenco actual. Todo su arte lo acumula en los pies, que convierte en instrumentos de percusión. Se sitúa una y otra vez en el centro del escenario, dentro de un reducido círculo de luz cenital, y sin apenas moverse desarrolla ahí una teoría exclusiva del zapateado.Una ciencia, más que un arte, diría yo, por la precisión de los redobles y repiques, por los impecables contrapuntos, por la limpieza del sonido. Tiene razón él, cuando dice que ése es su lenguaje. Lo que Juan Ramírez hace con sus pies es, sencillamente, portentoso. Quizá nunca se haya visto nada tan complejo, tan difícil y realizado con tal autoridad.

Es un concepto del baile, que Ramírez lleva a sus últimas consecuencias. Lo demás no cuenta para él, evidentemente, y ése puede ser el problema. Porque limitar el baile a la percusión de los pies es reducir sus infinitas posibilidades de arte y belleza. Los zapateados son una parte fundamental del baile flamenco, pero también el juego de cintura, la gracilidad de manos y brazos, la colocación de la cabeza...

El resto del espectáculo, al margen del factor personal que supone Juan Ramírez, no tiene mayor interés. Temas de relleno que cubre el grupo musical y actuaciones en solitario de alguna de las bailaoras, de las que se salva únicamente Belén Fernández en unas cantiñas y alegrías bien bailadas, aunque excesivamente largas. Hay que destacar el gran profesionalismo del cantaor Toni Maya, siempre tan efectivo en el acompañamiento al baile.

La pretendida adaptación por tangos de la Danza del fuego de Falla es tan fugaz que carece de entidad si no es por el humo del escenario. Más interés tiene la Nana de Camarón, que es una bella recreación de la Nana del caballo grande de García Lorca que cantara el de la Isla.