¡Arriba Villlabajo!
Los sufridos vecinos de Villabajo afrontan un verano más de penalidades y sufrimientos, adobados por el espantoso bochorno de saberse espiados por millones de ojos a través de las pantallas de la televisión mientras cumplen su cotidiana y odiosa penitencia. Mientras friegan y restriegan la enorme paella colectiva de sus fiestas y sus desvelos, estos sísifos contemporáneos han de incorporar la humillación suplementaria de asistir como comparsas al triunfo eterno de sus eternos rivales de Villarriba, ensalzados por una voz en off por su rapidez y eficacia en semejantes labores de fregado, que se divierten y danzan aún más alegres por saber que sus competidores habrán de seguir varias horas luchando con los restos de grasa.La humillación es internacional y vía satélite: los comentarios despectivos sobre los sufridores de Villabajo se realizan en varios idiomas y se difunden en varios continentes por televisión. Pero años y años de afrentas no han quebrantado la moral de los perdedores, que siguen sin probar el detergente desengrasador que tan apabullantes y continuados éxitos otorga a sus enemigos. Los villabajenses saben que con armas iguales vencerían con facilidad y acabarían para siempre con la arrogancia que históricamente distingue a los villarribistas; pero saben que vencer así sería una especie de derrota. Por eso, este año los villabajenses han probado suerte con un lavavajillas concentrado muy similar al de sus adversarios, pero apenas han conseguido reducir en unos minutos la aplastante ventaja de sus oponentes.
La toponimia refleja con expresivas denominaciones estos enfrentamientos entre pueblos cercanos y limítrofes con distinciones entre Arriba y Abajo, del Monte y del Llano, de la Sierra y del Río, del Castillo y de la Vega. A veces, la toponimia es cruel en sus injustas adscripciones. Valga como ejemplo una localidad castellana, próxima a la autovia, que atiende por el nombre de Moscas del Páramo, y sirvan como colofón los innumerables sufijos despectivos en "ejo", "illo", "uela" que señalan los mapas.
Supongo que los habitantes de Moscas llevarán con orgullo el nombre por el que respondían sus ancestros moscenses, y supongo también que habrán renunciado para siempre a cualquier promoción turísticá de su denominación de origen. Pero este resignado orgullo no siempre prevalece, como demuestran frecuentes cambios toponímicos. En la provincia de Madrid recuerdo el de Porquerizas por Miraflores y el más reciente de Chozas de la Sierra por Soto del Real. Sobre este último se cuenta que se realizó por iniciativa de un obispo nacido en la localidad al que el nombre de su patria chica le afeaba el currículo. Por lo visto, al pastor de almas el hecho de que su máximo superior jerárquico hubiera nacido en un pesebre no influyó para nada a la hora de tomar su decisión.
La rivalidad es la argamasa que aglutina a esa multitud de átomos rabiosos que, según el poeta León Felipe, conforman la materia prima de España. Rivalidad entre barrios, pueblos, ciudades, comarcas y comunidades que sólo se sublima ante la agresión de un rival extraterritorial. Ante un invasor empeñado en intervenir en una querella tan particular y tan antigua, los rivales firman una tregua para pelear juntos y poner en su sitio al intruso.
Pero una cosa es la sana rivalidad y competencia entre iguales y otra la prepotencia, la humillación y la explotación que han de sufrir todos los villabajenses del mundo a manos de los villarribistas de siempre. Cada vez son más los telespectadores que se solidarizan con los esforzados villabajenses en su lucha contra la grasa; forman legión los que desean que por fin se tomen la revancha, que encuentren un detergente concentrado que haga palidecer de envidia a sus antagonistas mientras ellos resplandecen en el impoluto espejo circular de su brillante paella.
Hay muchas mentes trabajando en la sombra para dar con la fórmula definitiva, con el milagro antigrasa que libere a todos los villabajenses del imperio. de los de arriba. Aunque hay que reconocer que el último concentrado probado este año no sólo no disuelve la grasa acumulada, sino que tiende a autodisolverse a causa de algún fallo químico. En este concentrado conocido por las siglas IU existe un error garrafal en la correcta dosificación de las partículas y las moléculas, que se rebelan frente a las manipulaciones de un alquimista obsesionado por la búsqueda filosofal de la pureza. Anguita montó un laboratorio y le han crecido los átomos rabiosos.
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