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De lo temporal a lo eterno

FRANCISCO AYALA

Hace poco, a la terminación de una de tantas mesas redondas o series de conferencias como con tanta frecuencia se, vienen celebrando bajo cualquier pretexto y a propósito de esto y de lo otro (en el caso a que me refiero, en conmemoración anticipada del centenario de la generación del 98), uno de los colegas participantes, quien ya en su juventud había escrito buenos estudios acerca de Unamuno y de Azorín, me preguntó -¡oportuna cuestión!-: "Pero, bueno, ¿por qué estamos ocupándonos ahora todavía de la generación del 98?". Habiendo entendido el sentido de su pregunta, estuve a punto de contestarle: "Hombre, pues porque en la confusa desorientación en que ahora nos hallamos, cuando el mundo ha caído en esta especie de rara vacuidad mental, y frente a horizontes intelectuales tan cerrados, la verdad es que quienes tenemos por oficio el de proponer al público una interpretación de la realidad que nos rodea, y en la que todos estamos envueltos, apenas sabemos ya de qué hablar, o sobre qué escribir. Entonces, echamos mano de cualquier tema; de lo primero que nos sale al paso o nos acude a las mientes; y en tal apuro, ahí están para nuestro remedio las serviciales efemérides".Pero como, al fin y al cabo, esta respuesta yacía implícita ya en la intención de la pregunta, que por otra parte hubiera podido ser formulada como "¿Para qué perder el tiempo dando vueltas a una generación intelectual que pertenece al pasado irrevocable, y cuyos planteamientos, preocupaciones, creencias y propuestas nada tienen que ver ya con las perplejidades de nuestra realidad actual?", me limité a responderle que, si estábamos tratando de la generación del 98, lo hacíamos por puro gusto de pasar el rato, o -más en serio- porque, siendo cierto que esa generación pertenece a un pretérito ya concluso, no por ello deja de haber constituido un momento brillantísimo en la historia de la cultura (encarada entonces desde una perspectiva nacionalista española, cuando ya hoy ni el nombre de España apenas se atreve nadie a pronunciar entre nosotros); pero con eso y todo, un momento fulgurante que nos ha legado el tesoro de creaciones dotadas de perenne vigencia. En virtud de tales creaciones, ese eminente grupo intelectual, que abriera la que se ha denominado 'segunda edad de oro' o, más cautelosamente, 'edad de plata' de la cultura española, merece ser estudiado y conocido -con independencia del oportunismo conmemorativo- no menos que se estudian ahora y siempre las generaciones de Cervantes, Quevedo, Lope de Vega o Góngora, para poder disfrutar a fondo de los bienes que en su día aportaron con ingenio y sensibilidad artística tan excepcionales, y que están ahí, perdurando en el presente y para el futuro, a disposición de quienes, capaces de captar sus valores, se complazcan en apropiárselos -críticamente, por supuesto- e infundirles de este modo una siempre renovada. vitalidad.

Eso dije, ésta fue mi respuesta, y con ello debiera de haberme quedado tan satisfecho. Pero, no. La oportuna / importuna pregunta del colega: "¿Por qué estamos ocupándonos ahora todavía de la generación del 98?" volvía, burlona, a inquietarme una vez y otra, siempre de nuevo. Verdad es -pensaba- que el tiempo pasa, y que a veces deja entre las escorias algunos nobles materiales rescatables y útiles para otros momentos futuros. Y no hay duda de que, cuando cabe que se establezca un nexo firme con el pasado, este futuro podrá absorber vitalmente tales materiales; en otro caso, serán aprovechados si acaso para usarlos como un postizo adorno. ¿Cuál es al respecto la situación en que hoy nos hallamos? ¿Existe un nexo de unión entre las generaciones actuales y las generaciones de la España en que nací y donde transcurrió la primera fase de mi carrera de escritor? Entiendo -mejor diría: percibo no sin melancólicos sentimientos- que la ruptura histórica consumada para este país por efecto de nuestra guerra civil (y para el resto de la civilización, por las dos sucesivas guerras mundiales) nos ha dejado reducidos a la mera eventualidad de recrearnos estéticamente con la obra -tan brillante, tan valiosa desde luego- de aquellos hombres con quienes tuve la suerte de convivir durante mi juventud; Unamuno, Azorín, Baroja, Machado, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Gabrlel Miró... Pues, en el penoso vacío. mental de esta posmodernidad, ¿qué podría brindarnos hoy el pensamiento de esos magníficos autores que pudiera servir de orientación a nuestra vida en las incertidumbres del azaroso presente? En medio del actual desconcierto, buscamos e invocamos a la desesperada ídolos de palo, nos atenemos a principios políticos que son del todo incongruentes con la realidad en torno nuestro, practicamos rituales huecos en cuya eficacia fingimos creer; en suma, estamos viviendo con una conciencia turbia, en falso, de mala fe.

Y dentro de un panorama intelectual tan desolador, nada tiene de reprobable -muy al contrario- el que nos entretengamos a ratos perdidos en evocar las figuras eximias de aquellas generaciones literarias que, con el resplandor de una ilusión frustrada, pusieron punto final a la historia moderna de España.

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Francisco Ayala es escritor.

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