Patrocinios
Si es cierto que la familia real viaja en yates llamados La Casera o Azur de Puig, uno tiene todo el derecho del mundo a pensar que esta monarquía está patrocinada. Tanto discutir por el logotipo de Satué para la boda de la infanta, cuando lo único que tenían que haberle indicado al gran diseñador catalán es que se viera la marca patrocinadora, que ahora no caigo si es la Generalitat. Una vez que se entra en la locura del consumo lo fundamental no es el mensaje, sino las ventas. Cualquier empresario renunciaría a la significación a cambio de multiplicar los beneficios. Es más, estamos seguros de que si La Casera o Azur de Puig no lograran reflejar este mecenazgo en su cuenta de resultados, al año que viene patrocinarían la república. A ellos les da lo mismo.Pero a nosotros nos desagradaba el espectáculo cuando el patrocinador era Mario Conde, y sigue sin gustarnos ahora: somos un poco estrechos y queremos una monarquía que se pueda costear las vacaciones con el sueldo que gana, aunque no dé para comprarse yates con eslora y todo lo demás. A veces las instituciones grandes caen por cosas pequeñas, y lo cierto es que la manía ésta de la Casa Real por hacerse con una embarcación larga empieza a resultar cargante. Si no se puede, no se puede.
Sucede lo mismo con Aznar, que, incluso pagando lo que dicen que paga a Porcelanosa, parece que veranea gracias a la caridad de Isabel Preysler. Con el sueldo que cobra de nuestros bolsillos podría coger un apartamento digno en cualquier sitio hortera. Y, si no, que se quede en Moncloa, es preferible. Lo importante es que dejen de transmitir al respetable la sensación de que cada vez que se mueven nos quieren vender algo, sea un decreto o un alicatado; un proyecto de ley, o una colonia. Hagan algo.
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