La flor y el cuchillo
Cuando me educaban se me inculcó el respeto a la mujer, a la que no se debía pegar "ni con el tallo de una flor". Cumplí. No siempre fui correspondido: más bien les parecía un gilipuertas. Se iban con los que daban bofetadas: al mismo tiempo que la idea benéfica que aún mantengo -salvo en defensa propia- se expandía la imagen del triunfador que zumbaba: Clark Gable. Se mantuvo hasta Gilda; luego bajó. Ellas preferían a los clargueible -pronunciábamos- de Chamberí que a los gilís que las mirábamos con ojos ovejunos. No me arrepiento. Suelo decir que los de esa educación semtimental y librepensadora, con Fernando de los Ríos, teníamos tendencia a la liberación de mujeres encadenadas o dadas de latigazos, como las de las postales que nos vendían a la puerta del instituto. Una argelina encadenada en un calabozo, relativamente desnuda, con un trozo de pan seco y una cántara de agua sucia (imaginaba yo), fue mi deseo, no tanto erótico como amatorio (viene a ser igual). Qué raros éramos. Digo relativamente desnuda porque el vello púbico estaba, y durante mucho tiempo, prohibido. Aún asistí en París a una sesión de la Asamblea donde se discutía el mínimo que debían llevar las artistas desnudas, mientras en Londres sólo se admitían los desnudos totales a condición de que no se movieran. Como estatuas.Se da, otra vez, el reportaje de las mujeres batidas; cincuenta mueren al año de las palizas. Las cifras tienden a subir. Aparte de la aceptación de que sucede porque cada vez hay más denuncias (se lo recomiendan sus compañeras institucionalizadas), creo que también es porque el hombre está reaccionando muy mal a la nueva personalidad de la mujer: a una visión volátil que tienen de ellas, de su estar y no estar, de su dar y negar. La que creíamos coquetería ahora es condición. Digo "el hombre" y no: algunos hombres. Otros la rehuyen por miedo: aumenta la prostitución por el efecto combinado de ese miedo y de la pobreza, sobre todo de las emigrantes. La mayoría intentan aprender la nueva relación. (Uno ha matado en Madrid a su mujer de cinco puñaladas: el crimen de celos es de todas las épocas. Pero hay algo duro: las que denuncian las amenazas no son atendidas. Únicamente queda constancia, y si el marido mata, se considera con premeditación. Quizá mueran más tranquilas. No basta, no basta).
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