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Ciudad lineal

Me alegra saber por Alex Niño (EL PAÍS, 6 de julio) que la ya cincuentona piscina Stella continúa gozando de buena salud sin más deterioro que la merma de su propiedad originaria en beneficio de la M-30 y la resultante contaminación acústica por ésta producida. Pero ¿quién se libra en esta ciudad del ruido? (Por cierto, recuérdenme que escriba uno de estos días sobre el tema). Sin embargo, ahí sigue su edificio central, de arquitectura similar a la que ostenta el Club Náutico de San Sebastián, asomado al esplendor de la bahía donostiarra, y ostentara el de la antaño famosa Playa de Madrid, aunque hubiera de conformarse éste con la visión menos grandiosa de nuestro humilde Manzanares.Yo guardo vivencias estupendas de la Stella, muy anteriores al advenimiento de la M-30. Mi amigo El Jose (que Iuego se me ha perdido por algún meandro de la existencia, no sé por qué) y yo acudíamos allí de jovencitos, muy peripuestos, con la sanísima intención de ligar, aunque sólo lográsemos nuestro objetivo con los famosos bronces. Por lo que se refiere a la otra acepción de este uso contemporáneo del verbo, que entonces no existía, preciso es reconocer que las "chicas decentes", nuestro objetivo prioritario, solían estar a la defensiva y, en la mayor parte de los casos, protegidas con escaso disimulo por madres o familias cristianas completas.

No sé si todavía circularán por Arturo Soria las maquinillas, tranvías de aspecto rural y antediluviano sucesores de aquel Ferrocarril Urbano de Estaciones y Mercados, impulsado por el propio Arturo Soria y que exhibiría sus primeros vehículos por los entonces remotos suburbios madrileños a partir de 1875. Eran terribles las tales maquinillas, que, a pesar de su aspecto jurásico, poseían un alto grado de vulnerabilidad, seguramente a causa del rudimentario tendido, y descarrilaban a cada momento, sobre todo con lluvias, nevadas, escarchas y demás meteoros.

Lo que sí sé es que, al salir de la piscina, José y yo íbamos siempre a tomar una copa al kiosco de María La chulita, casi enfrente de las instalaciones. El marido de María, Arturo, ex comisario político de la FAI durante la guerra civil, no fue tratado muy mal por los vencedores, aunque sí le convencieron para que confesara, comulgara y convirtiese a La chulita en una "mujer honrada", posibilidad que nunca se les había ocurrido en su época libertaria. Así que el buen Arturo fue a confesarse por primera vez en su vida, el sacerdote comenzó a hablarle de Dios, él creyó que le decía adiós, correspondió, muy fino, levantóse y se fue. Ella, algo más versada en estas lides, le aclaró el error, mas Arturo se negó a rectificar, no obstante lo cual, parece que casóse muy edificado.

El otro Arturo, don Arturo Soria, fue un gran hombre. Sus padres, ¡oh los padres sensatos!, querían que fuese telegrafísta a toda costa, por aquello de "meter la cabeza en la Administración" (más candente hoy que nunca), pero él, insumiso, fue matemático, político, filósofo, empresario, promotor y pionero de muchas cosas buenas, una especie de Julio Verne de lo real. "Inventó las redes telefónicas urbanas antes de que se estableciesen en Estados Unidos", según nos cotillea el Espasa, aunque lo que más me chifla a mí de su apretadísima biografía es el episodio siguiente: "Nombrado secretario del Gobierno Civil de Puerto Rico, él, hombre honesto, se empeñó en aplicar sin recortes la Ley de Abolición de la Esclavitud, chocó con los intereses de los poderosos negreros protegidos por la 'autoridad competente', y hubo de dimitir". Antes, sin embargo, siempre según el Espasa, "pudo llegar a redimir a trescientos cincuenta y cinco negros". Y aquí me asalta un pensamiento triste: ¿hubiera logrado hoy redimir, en este tiempo y ciudad, a uno solo de los esclavos chinos condenados a trabajos forzados en los sótanos más infectos de Madrid?

Bueno, a lo que iba: la ópera máxima de don Arturo Soria es, sin duda, la Ciudad Lineal, un proyecto modélico que sí consiguió sacar adelante. Urbanismo pionero, copiado luego por esos mundos de Dios (¡nos copiaban a nosotros!), pretendía resolver con visión de futuro los problemas circulatorios y dotar de moradas dignas a las clases menos favorecidas con los "hoteles (chalés) obreros", provistos de jardín y baratísimos...

Los hunos (con hache) que han ido viviendo después machacaron gran parte de tan hermoso proyecto, pero quien tuvo, retuvo. Persisten en la Ciudad Lineal, insignes céfiros.

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