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LA LUCHA CONTRA ETA

Antxon reconoció ante la policía que no hizo nada por salvar la vida de Miguel Ángel Blanco

El dirigente etarra Eugenio Etxebeste, Antxon, no hizo nada por intentar salvar la vida le Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en Ermua (Vizcaya), cuando se lo pidió el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, "No sé a quién llamar y, por lo tanto, ni lo voy a intentar", le respondió, según informaron ayer fuentes policiales. El pasado sábado, cuando Etxebeste volaba de Santo Domingo a Madrid en un avión de la Fuerza Aérea, uno de los agentes que le custodiaban le preguntó su opinión sobre el asesinato de Blanco. Antxon se limitó a "encogerse de hombros con indiferencia", explicaron esas fuentes. Fue precisamente ese crimen el detonante final de su entrega a España por parte de la República Dominicana.

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Una vida "tranquila y sin problemas"

Los policías que custodiaban a los etarras se vieron sorprendidos por el hecho de que Antxon, el responsable del aparato de interlocución que ETA tenía en la República Dominicana, les dijera sin tapujos que sus canales de comunicación con la dirección de la banda, supuestamente instalada en Francia, no estaban operativos.A las siete de la mañana del sábado, Antxon y sus cuatro compañeros de confinamiento en la isla dormían en la casa 15 de la calle 20 del sector Alma Rosa Segundo, en la Zona oriental de Santo Domingo. A esa misma hora, el Boeing 707 de la Fuerza Aérea Española aterrizaba en el aeropuerto internacional. Simultáneamente, las autoridades dominicanas daban luz verde al inicio de la operación de expulsión y entrega de tres de los cinco etarras presentes en la isla desde 1989 y que había sido discretamente gestada durante un año por los presidentes de ambos países.

Al tiempo que el avión español tomaba tierra, agentes de Departamento Nacional de Investigaciones (DNI) dominicano, desplazados en varios vehículos, llamaban a la casa y despertaban a los somnolientos etarras. En principio, sólo les dijeron que Antxon, Eugenio Aracama, Makario, y José María Gantxegi, Peio, tenían que acompañarles para hablar con las autoridades locales. Pero, cuando salieron, les confirmaron que estaban detenidos. El ex jefe de ETA y sus dos compañeros fueron esposados e introducidos cada uno en un coche diferente. Así, en vehículos camuflados y custodiados por agentes de paisano, llegaron al aeropuerto, del que despegarían unas dos horas después, hacia las nueve de la mañana (las tres de la tarde en España).

Dos formas de viajar

Al subir la escalerilla del avión, todavía esposados, el jefe de la decena de inspectores españoles especializados en la lucha antiterrorista que se hicieron cargo de ellos, les planteó sin ambages: "Aquí hay dos formas de viajar: esposados o calmaditos". Los tres etarras convinieron, por unanimidad, en que preferían viajar "tranquilos".Los agentes les quitaron las esposas y les separaron en asientos distantes. Cada uno quedó rodeado de varios agentes. La tripulación militar del aparato permaneció en un discreto segundo plano. Poco después, uno a uno, fueron llamados a una especie de sala en el centro de la nave y les fueron leyendo sus derechos constitucionales. Antxon trató de aparentar cierta presencia de ánimo y preguntó: "¿Qué es eso de los derechos?". Incluso intentó bromear cuando se lo explicaron: "No lo sabía. Cuando yo salí de España, no había esas cosas".

Pero la procesión iba por dentro. El ex número dos de ETA, el negociador que puso fin a las conversaciones de Argel, sabe que ya no es más que una reliquia, sin peso específico, dentro de ETA. Sus comentarios a lo largo de las casi ocho horas de viaje así lo denotaron. Su estado de ánimo tampoco pasó inadvertido para los policías: "Daba la impresión de ser un rey sin reino", comentó uno. Aun así, Antxon intentó dejar claro en todo momento que sigue siendo el jefe. Cuando se movía para hablar con los agentes o se cruzaba con los otros dos deportados, inquirió con insistencia: "¿Todo va bien?". Fue el más comunicativo de los tres. Dijo a los agentes que era la segunda vez que iba a pisar "suelo español" tras haber estado hace muchos años en la capitanía de Burgos "para librarse de la mili".

También fue el único que comió algunos sandwiches durante el trayecto. Además, bebió insistentemente agua de limón. Aseguró que es una costumbre "muy sana" y relató que tanto él como su compañera sentimental, la etarra Belén González, que permanece en Santo Domingo, son muy metódicos en la alimentación.

Makario fue el que más serio y distante se mostró. Apenas habló. Uno de los policías no pudo contenerse y le preguntó cuántos muertos lleva sobre sus espaldas. "Ningún soldado cuenta los muertos que hace en una guerra le replicó. Las víctimas del terrorismo, en cambio, no los olvidan: se le atribuyen 12 asesinatos.

En el sanguinario activista de aquel extinto comando Madrid los agentes no apreciaron ninguno de los síntomas que llevaron a su compañero Juan Manuel Soares Gamboa a elegir el camino de la reinserción. Antes al contrario, Makario les espetó: "Prefiero matarme antes que ser un elemento distorsionador dentro de ETA".

Salvo ese par de demostraciones, Makario se mantuvo "cerrado", como "un matarife auténtico", indicaron las fuentes policales consultadas.

Tras el aterrizaje del Boeing en Torrejón de Ardoz (Madrid), cerca de las 23.00 horas, los etarras volvieron a ser esposados y se los trasladó al Registro Central de Detenidos, en el barrio de Moratalaz. Hasta entonces, los tres no habían dado síntomas de grave preocupación por su traslado. Pero la vista de las dependencias policiales les dibujó en el rostro un rictus de preocupación. Los policías lo notaron y comprobaron que Antxon parecía haber envejecido de repente varios años: "Parecía un jubilado dentro de su ropa de sport".

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