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TOUR DE FRANCIA 97

Si el guión lo exige...

Los métodos de preparación hípercientíficos chocan contra la realidad en la carrera francesa

Carlos Arribas

A Abraham Olano le exigía el guión de su preparación minuciosa para el Tour hacerse la etapa de Morzine (la que el Tour descubrirá mañana) al día siguiente de su tremenda caída bajando el Col de Porte en la Dauphiné Libéré. Desoyó las sensaciones que le transmitía su cuerpo. Es una virtud la constancia -hay que hacer lo que hay que hacer te apetezca o no-, pero llevada a su límite es un vicio. Al día siguiente, Olano se dio cuenta de su error. Tenía que haber dejado reposar su maltrecho cuerpo, curar su tobillo hinchado, reducir sus hematomas. Pero no es extraño lo que hizo el ciclista vasco. Olano es consciente de que la clave de su éxito, de su transformación en un corredor completo, ha sido precisamente la renuncia a su cuerpo: ha aprendido, como los ascetas, a desatender la llamada de sus necesidades superfluas.Si Olano fuera un ciclista antiguo, nada de eso le habría pasado, aunque tampoco estaría corriendo el Tour. Entonces la preparación se hacía sobre dos bases: las sensaciones y la psicología. Las sesiones de entrenamiento duraban hasta que el ciclista se sentía satisfecho; en caso de encontrarse mal, siempre había un amigo que le decía que todo iría mejor el día siguiente. "Pero ahora, véte tú a decirle que el cielo es azul, que el mar es profundo y que luce el sol; mira los datos de sus tests y te manda a paseo", dice un director español de la escuela tradicional. La pléyade de metodólogos del entrenamiento, fisiólogos, nutricionistas, quiroprácticos y médicos que llevan a los ciclistas han llegado casi a convencer a éstos que lo suyo es una ciencia exacta. Han vendido su alma al pulsómetro.

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No es sólo el caso de Olano el que ha demostrado que todo extremo en la conducta humana conduce al fracaso. Nadie esperaba que la ONCE, reputada por su preparación científica, sus descansos activos a mitad de temporada, sus éxitos otros años, fuera a fallar de la manera en que lo está haciendo en este Tour. ¿Qué ha fallado?, se preguntan todos. Ha caído por tierra el último dogma:"Si alguien ha demostrado que sabe prepararse para un objetivo determinado, lo conseguirá". Lo que ha fallado es que habla mos de ciclismo, del Tour, de una carrera de 22 días en la que los corredores pasan de una situación a otra sin tiempo para respirar. El Tour es un desafío a la naturaleza, un elemento siempre salvaje e incontrolable. Al igual que la ONCE, el Rabobank, el Polti de Leblanc y otros equipos que se preparaban en exclusiva la carrera francesa. Boardman, el maestro de la hoja de cálculo, abandonó ayer, asustado por los Alpes.

Otros equipos con el mismo sentido de la preparación están triunfando. Ullrich ha calcado la forma de acercarse al Tour de Riis, el maestro el año pasado en llevar la ascesis al extremo; el Festina de Virenque ha calcado paso por paso el camino de la ONCE. Son las excepciones que dicen que no por ser hípercientífico estás condenado al fracaso.

El compromiso entre lo antiguo y lo moderno -el ciclismo es también el deporte de la tradición- parece inevitable. Ningún director chapado a la antigua renuncia a contar en su equipo con los mejores entrenadores, pero, al mismo tiempo, tampoco renuncia a la dirección personal. El compromiso lo simbolizó como nadie Miguel Induráin, el último corredor en usar rastrales. El navarro usaba el pulsómetro en entrenamientos y en algunas carreras por imperativos de investigación, pero era un maestro en saber escuchar lo que le decían las piernas. Un bicho raro en un mundo en el que un ciclista antes de atacar prefiere leer las pulsaciones que le dicta el pulsómetro antes que las pulsiones que le dicta el corazón.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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