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TOUR DE FRANCIA 97

Gato panza arriba, gato panza abajo

Pantani, el esclavo liberado de sus cadenas- Olano vive un día más de su calvario

Carlos Arribas

Marco Pantani, el escalador calvo, El elefantino, El pirata, devolvió ayer la grandeza al ciclismo. Así lo entendió su padre, llegado de Italia en una caravana con varios amigos, que le lanzó un beso apenas a 500 metros de la meta. Así lo entendió, o más aún, un paisano suyo, un hombre de unos 50 años, de "quintal y medio" de peso, que rompió a llorar a su paso. "Entonces me di cuenta de que había hecho algo grande", dice Pantani en su italiano bajo y sereno. Dos años después volvía a ganar la etapa del Alpe d'Huez, la cumbre de los escaladores. "No me siento un hombre resucitado", continúa, "ese sentimiento lo alcancé el día que pude tirar las muletas. Me siento liberado como un esclavo al que el amo le da la libertad. Por eso su exclamación al cruzar la meta, brazos en alto, puños apretados. "No dije nada, fue un grito de liberación".No hace tanto, el 18 de octubre de 1995, un vehículo todoterreno invadió la Milán-Turín en el descenso de un puerto. Atropelló a Pantani y a, otro ciclista, Dall'Olio. El mejor escalador de los últimos tiempos despertó poco después en el hospital con una visión devastadora: sus piernas destrozadas. "La primera semana después del accidente pensé en dejarlo todo, pero los médicos me convencieron de que podía seguir". Sufrió varias operaciones, estuvo vanos meses andando con muletas, sus piernas son un amasijo de hierros, músculos y huesos. "Lo primero que intenté fue recuperarme como persona, luego como corredor". Y volvió a ser ciclista. Volvió a la competición en la Vuelta a Burgos, en agosto del 96, y siguió corriendo, pese a los malos augurios. Y este año siguió creciendo en forma hasta que un gato se le cruzó durante una etapa del Giro y le hizo caer. Fue un abandono penoso entonces, pero visto dos meses después, casi una buena noticia. Se evitó el Giro y ha llegado al Tour fresco como una lechuga.

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De vez en cuando, Pantani interrumpe su narración para toser con. fuerza. "No me quito la bronquitis de encima", dice. Una enfermedad que no le impidió ayer llevar a cabo su plan. Una idea fija, casi obsesiva, desde que el gato le echó del Giro. El plan era sencillo pero devastador. Se trataba de llevar al pelotón con la lengua fuera durante el llano, tarea en la que se multiplicó su equipo, el Mercatone, ocho clones de Pantani: bajitos y menuditos, salvo Siboni, y una vez llegados a la curva 21 del monte salir de estampida. Así lo hizo. "Me puse el primero y arranqué con todas mis fuerzas. Nunca miré hacia atrás para pedir relevos, ni cuando íbamos cinco, ni cuando sólo quedamos tres. Habría sido un signo de debilidad". Pantani, de 27 años, no se volvió, pero sintió una gran alegría cuando dejó de oír el jadeo de Ullrich en su nuca. La cita con la leyenda se cumplía. "Ése fue el mejor momento, no tanto por dejar a Ullrich sino porque un gran escalador debe llegar solo a la cima".

Pantani, gato panza abajo, destrozó a todos. Hizo a Ullrich, el pánzer que parece sobrehumano, bordear la explosión; dejó a Virenque subir a su ritmo, acabó con el subir prudente de Olano. Pero no podrá ganar el Tour. Su desventaja en el llano se lo impide.

El vasco fue el gato panza abajo. Defendiéndose, como siempre. "Otro día más", concluye Olano. "Se ha subido muy rápido desde el principio y no he podido coger la rueda de ningún favorito, así que he tenido que subir a mi aire con la ayuda del equipo". Su equipo ve complicada la cuestión del podio -"sigo repitiendo que es un Tour antiOlano", repite Unzue, " y encima es un Olano al 80%"-, piensa incluso que el quinto puesto está amenazado por Casagrande, pero el ciclista persiste: "No tiro la toalla". "Hay que ser optimistas", dice Echávarri. "A ver si logramos salir de los Alpes usando la calculadora para ver lo que puede recuperar en la contrarreloj de Disneylandia y nos hacemos con un rinconcito en el podio".

La gente salió soñando con que los escaladores pueden dar la vuelta al Tour. Pero el líder alemán confesó su tranquilidad. "No he dado el 100% para guardar fuerzas para mañana", dice. No necesita calculadora. Las cuentas le salen usando los dedos, sin aritmética compleja.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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