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Un fantasma en el trópico

Emilio Menéndez del Valle

África, dejada de la mano de sus dioses, aparece lejana a nosotros, eurocentristas. Sólo los emocionados, aislados, viajeros de la Europa que fue antaño madre colonial o aquellos académicos e intelectuales cuyos gobiernos nunca fueron partícipes de la aplicación de yugo colonial alguno guardan, y de vez en cuando exhiben, memorias de África.A ese cuasi olvidado continente, de difícil y duro recuerdo, pertenece Guinea Ecuatorial, nuestra Guinea. Convertida en república independiente el 12 de octubre de 1968, él país pronto adquirió tintes de fantasmagoría sociopolítica Aropical. Invertebrada y tribalmente cortejada por distintos grupos de interés económico españoles en los años sesenta -grupos que pretendieron instaurar dos repúblicas bananeras en lugar de una- Santa Isabel (hoy Malabo) inauguró su nueva andadura con redoblado espíritu esperpéntico. La Guinea que visité a finales de esa década recibía al incauto turista político con una pancarta de esta guisa: "¡Atención juventud! Todo el País está debidamente controlado por el Jefe del Estado, por medio de las fuerzas nacionales africanas. Reina paz y tranquilidad en todo el ámbito nacional. El presidente de la República, Francisco Macías Nguema."

Debió ser una tan solícita preocupación por las futuras generaciones la que moviera en 1972 a Macías Nguerna no sólo a autoproclamarse presidente vitalicio de la Segunda República, sino también a encajar, impertérrito, lo siguiente: "Por la infatigable labor instructiva llavada a todo el pueblo en todos los campos, a propuesta del ministerio de Educación Nacional, se otorga a Su Excelencia Don Francisco Macías Nguema, presidente de la República, el título de Gran Maestro de Educación, Ciencia y, Cultura de la República de Guinea Ecuatorial".

Cuando hace 18 años, Teodoro Obiang Nguemia, un pariente del vitalicio regidor, lo derribó mediante un golpe de Estado (la misma técnica que, al parecer, ha querido utilizar ahora el opositor Seveiro Moto) surgieron algunas ilusiones. Hubo gentes en España, en la excolonia y en la sangrante África que, albergaron algunas esperanzas. Quisieron pensar que el nuevo dirigente se había pronunciado para acabar con la tiranía, permitir decidir sobre su futuro a. la sociedad guineana y ayudar a olvidar lo que durante una década se había enseñado a recitar a los niños del país: "Dios creo a Guinea Ecuatorial por. voluntad del papá Macías".

Sin embargo, casi 20 años después, la ausencia de libertades en el país continua siendo prácticamente total. Cierta permisibilidad a algunos partidos políticos -sometidos no obstante todos ellos a fuertes restricciones y arbitrairiedades- no cancela el extravagante desatino que llevó a Obiang Nguema a atribuirse en las elecciones de febrero de 1996 -condenadas nacional e internacionalmente- el 99,25% de los votos en Malabo. Tampoco puede ocultar que los derechos humanos no se respetan en Guinea. Lo saben las distintas cancillerías y lo proclama Amnistía lnternacional, que informa que en 1996 al menos 150 personas "estuvieron privadas de libertad a causa de sus actividades o convicciones políticas de carácter pacífico. La mayoría de ellas fueron torturadas y se les negó asistencia médica para sus lesiones ( ... ) entre ellos, Victorino Bolekia, primer alcalde de Malabo elegido democráticamente, y Celestino Bacale, secretario de relaciones exteriores de Convergencia para la Democracia Social".

Los poderosos dioses de Occidente -que desde el final de la guerra fría impulsan en Africa una cruzada dernocráfica- no deberían ser permisivos con los actuales dirigentes guineanos porque el oro negro haya aparecido en sus costas. De este modo, olvidando canciones, doctrinas y otras gaitas, los jóvenes del hermoso país que es Guinea recordarán en una futura sociedad normalizada (que no globalizada) a quienes, al fin, decidieron acordarse de ellos.

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