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Tribuna
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El Hijo

Los niños son demasiado caros, los animales son demasiado humanos. Como consecuencia, la paternidad ideal ha pasado a ser la que otorgan las máquinas. No es coincidencia que el Tamagotchi esté cosechando millones de padres adoptivos a lo largo del mundo. Las nuevas máquinas no sólo desplazan con venta ja a los trabajadores, sustituyen también brillantemente a los hijos. Se puede incluso disfrutar de ellas sin necesidad de educarlas. Más bien, como le sucedía a Kaspárov, el ordenador le instruía sobre estrategias que nunca había llegado a aprender en su experiencia con seres humanos. Esta máquina seria para Kaspárov como un padre excelso, pero no es sino el padre celestial en que se convierten los hijos cuando sale bien. Casi lo mismo, ha sucedido ahora con el pequeño Sojourne que husmea por Marte y le dice a su madre, Donna Shirley, todo lo que ve. Ella, que lo concibió hace 1 años, lo ha expresado así: "No es solamente un robot, es nuestro hijo". Su hijo "fabuloso", más listo, abnegado y agradecido del que hubiera alumbrado con la carne. Este hijo, liberado de la sexualidad que lo enreda o contamina todo, viene de la ciencia y de la tecnología, limpias. Es el resultado de un progreso que mejora la calidad 1.000 veces más deprisa que los úteros y los espermatozoides juntos. Y que prestigia, de paso, sin equívocos, a quienes lo gestaron. El Sojourner, tras haber arrostrado los mayores peligros, ha desebarcado en Marte para comportarse como el héroe ideal. Emancipado de casa, no olvida a sus progenitores, e incluso a 400 millones de kilómetros mantiene comunicación con su familia. Ni se emborracha, ni se droga, ni olvida. Cumple su misión siguiendo el mandato paterno y, al igual que aquellos dorados hijos de la Biblia, rinde a su impulsor el precio entero de sus conquistas.

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