_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La gota y el vaso

Llegaron a media mañana, una hora rara para terminar un viaje, en una camioneta familiar de la que no salía ni un radiopredicador ni tampoco un honrado bakalao, sino extraños cantos de arte y ensayo. Ese tipo de música con que luego se justifican, para mayor gloria de la cultural las pérdidas de una emisora de radio. Y parecían una familia normal, informaron después quienes habían tenido el privilegio de espiar su instalación desde detrás de las ventanas, pero sólo lo parecían: él era demasiado mayor para ella, y ella demasiado joven para los niños. Niños, además, que no lo eran tanto: ni lloraban, ni exigían, ni se llamaban "tío" entre sí, y que ayudaron a sus ¿padres? a bajar el equipaje y luego a cortar el césped.Aquí fue donde comenzó lo verdaderamente original. Pues en su camioneta no traían solamente un considerable equipaje de maletas muy usadas, sino también medio invernadero: unas plantas que no impresionaban tanto por su número como por sus colores o formas, o ambos; cipreses enanos, por ejemplo (a quién se le ocurre), u hortensias blancas que ya no lo eran y se habían transformado en unas flores doradas y equivocas que dejaban escapar efluvios no aptos para menores y obviamente no pegaban nada con el verde golf del entorno.

¿Ha quedado ya claro que estamos en uno de los barrios de adosados de Madrid? Casas diseñadas con un solo espejo, calles trazadas con regla y escuadra y sin tener en cuenta el poniente, y entre los vecinos, muchos extras de los telefilmes que nutren sin descanso las voraces antenas parabólicas y que, en contra de lo que se cree, no están filmados en Los Ángeles: al igual que las novelas del Oeste de los quioscos del franquismo, están realizados en España, en esos barrios precisamente, y su ideología (le violencia y lucha de sexos, en la, que militan sin descanso, es la que se desprende de la página roja del sábado noche.

La camioneta de los nuevos vecinos tenía matrícula de Madrid, pero eso, como es obvio, no quiere decir nada: baste ver todos los coches normales que alquilan diariamente a gente rara en Barajas. Y ellos tenían un aspecto normal... pero carecían de horarios, por ejemplo. Era ella la que parecía tener un empleo estable, visto que de vez en cuando salía con uniforme de traje chaqueta y maletín de ejecutivo; aun así, no tenía un horario rígido. Aunque al principio coincidía con sus vecinos en la cola de salida a Madrid, y a veces en la de entrada, pronto se las arregló para no hacerlo. Y pocas cosas más sospechosas que la capacidad de eludir los atascos, como ha comprendido la policía, que recomienda fijarse mucho en quienes escapan a ese impuesto no siempre comprendido y sin embargo útil: ¿no es acaso en los atascos cuando la gente escucha la radio? Más aún: ¿cuando ni siquiera puede hacer otra cosa?

Pero es que además, con los primeros días de calor, no se precipitaron a la piscina comunitaria, que es lo que habían estado esperando los vecinos desde septiembre. Madrileños a fin de cuentas, querían verse: es lo que más gusta en esta ciudad. Y no es que no estuvieran en casa; claro que estaban, aunque, más que verles, se les deducía. Esa ausencia en la piscina comenzó las sospechas de una antipática crueldad con sus niños. Sólo al caer de la tarde del primer domingo de sol, cuando ya todo el mundo comenzaba a estar ahíto de sol tras el típico primer atracón, apareció ella con un albornoz de color crema y una especie de escudo en el bolsillo. Venía sin niños: ahí se debería haber impuesto la evidencia de que no estaban. Emergió del albornoz con un oscuro traje de baño entero y una figura blanca y de una juventud por completo intolerable para, una madre. Confirmado: no eran sus hijos.

Y así sucesivamente: no iban al mercado los sábados, salían entre semana, otros amigos iban a verles a horas no previstas, saludaban correctamente pero sin curiosidad, estaban despiertos hasta tarde, leían diversos periódicos y, sobre todo, aunque hubiese final de fútbol, observaban las estrellas, desde la azotea, con un telescopio de aspecto sospechoso. Ése fue, el telescopio, la puntilla que hizo que les denunciaran. La gota.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_