Las cartas
La última literatura epistolar del señor Enrique Lacalle. Lo que se ve en ella. Ahí se presenta un hombre mendicante, un pececillo ante el tiburón. El hombre ha decidido encabezar un cartel electoral. Un cartel menor. Unas elecciones meramente municipales donde obtendrá un resultado menor. El hombre viene de Madrid, de ver a Rodrigo; Rodrigo le ha dicho que nones y que se arregle con cinco. La angustia. Con cinco, que cono voy a hacer con cinco. Se pega al teléfono. Pero el financiero está en tránsito. Al fin, una secretaria metálica le comunica que el señor De la Rosa está muy ocupado y que lo que quiera de él se lo diga por carta. El señor De la Rosa sabe mucho, pero él aún no lo sabe. Escribe una carta y otra. Una tiene un especial tono suplicante: él le habló de 50, pero sólo le han llegado 20. Con 10 más podría hacer una campaña electoral digna.Quién sabe si le llegaron.
Hay una inmediata posibilidad de ironizar sobre ese hombre hoy acabado. Con ese párrafo, que parece el de un bromista, de una de sus cartas: "Como comprenderás, después de, los 10 años de banca y más 10 de política activa, me han vuelto mudo". Mudo. Ironícese. También sobre la relación entre sintaxis y moral. Está bien: sólo faltaría que no nos permitiéramos la ironía después de tanto gasto. Algo más, incluso: que Aznar actúe ante los donativos irregulares con la misma cortante frialdad que en el verano pasado usó ante las ideas irregulares de Vidal-Quadras: es un cierto PP de Cataluña al que compromete la que literatura epistolar de Lacalle. Pero hecho esto hay que mirar en el fondo de esas cartas ínfimas para apreciar el espectáculo repugnante -pero raramente visible- de la democracia humillada ante el dinero. Y para entender por qué es mucho menos dañino procurar ilegalmente el beneficio de uno que el beneficio del partido. Bendito Lacalle.
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