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Reportaje:

Las lecciones de la selva

Las Comunidades Populares de Resistencia mantienen viva en Guatemala una sociedad civil paralela

ENVIADO ESPECIALGuatemala, tras 36 años de guerra civil, es un país aterido por la incertidumbre. Nadie pone la mano en el fuego, aunque apueste por la esperanza. El meollo sigue siendo la propiedad de la tierra: el 2,5%. de los latifundistas posee el 65%, mientras el 78% de los campesinos tiene sólo el 10% y la tercera parte nada. Doscientos mil refugiados en México han retornado tras casi 15 años, pero la promesa del Gobierno de darles las tierras que dejaron y a las que han vuelto no se han cumplido. Y un número indeterminado de personas sigue aún en las Comunidades Populares de Resistencia (CPR), verdaderas sociedades paralelas creadas sobre la marcha, según se huía de la guerra.

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Todo en el país está. en suspenso. El Gobierno espera que la gente se busque la vida y saque de la nada los servicios. Pero algún día habrá que tocar el tema de la tierra y a los propietarios -y por tanto al Ejército- no les va a gustar. Una expedición de la ONG española Manos Unidas ha visitado algunos proyectos que pretenden construir alternativas en la Guatemala indígena y campesina.

El Quiché, y especialmente su parte norte, el lxcán, fueron durísimamente castigados por la guerra. Muchas poblaciones indígenas huyeron con lo puesto. Lograron organizarse sobre la marcha, pero cada día era una aventura: se unían nuevos huidos, otros se descolgaban. La guerrilla respetaba a las CPR. Durante 10 años nadie en la capital supo de la existencia de ese tipo de comunidades. Las hubo en el Quiché, en el Petén, en el Alto Verapaz. Hoy, terminada la violencia, su sociedad -al margen del Estado- sigue viva, sobre bases radicalmente comunitarias. En Santa Cruz del Quiché -2.100 metros de altitud-, coordinado por la Cáritas regional y con una aportación de Manos Unidas de 12,5 millones de pesetas, funciona un programa de compra de tierras para 305 familias de CPR.

"Me asombra la firmeza de estas gentes", dice la alemana María Ulrike Morsell, que lleva 25 años en Guatemala y desde 1983 en Santa Cruz. "Aunque en mi fuero interno me oponía a los programas de alimentos, porque generan dependencia y pasividad en quienes los reciben, empecé aquí con un programa. para 13.000 personas que verdaderamente tenían hambre. Pero luego he podido diseñar programas auténticamente sociales. Aquí el 95% de la población es necesitada y el 75% está en la extrema pobreza". Ulrike coordina programas de Pastoral de la Tierra, de la Salud, de la Mujer, de la Educación. En, el Quiché hay un 63% de analfabetismo, un promedio de 4,5 hijos por mujer, un 36 por 1.000 de mortalidad infantil, un 78% de suelos no aptos para el cultivo, un 68% de familias sin agua potable.

La CPR directamente relacionada con la compra de tierras es la Comunidad Primavera, aunque hay otras supervivientes en el Ixcán: 1.500 familias en Lancetío, otras en Chajul, en la sierra. Cultivan café y cardamomo en un suelo muy frágil, machacado por fertilizantes químicos y en el que buscan implantar técnicas de agricultura orgánica.

En Comunidad Primavera, el año pasado, aún vivían en galeras (naves sin más paredes que plásticos), con seis letrinas para las 305 familias. "Siguen así, por la situación de provisionalidad hasta que puedan comprar tierras", dice Jorge Luis Castro, coordinador, "pero ya tienen un tanque de agua potable". La UE, con fondos de asistencia ECHO, les apoyó en un principio.

Las dificultades no les arredran. Han puesto en marcha un sistema educativo, en su idioma, con maestros propios. Todos los niños -diferencia sustancial entre las CPR y otras comunidades indígenas- saben leer y escribir. "En la resistencia aprendieron a vivir en comunidad gente de diversas etnias y a aprovechar lo poco que se tiene", dice Castro. "Tras los acuerdos de paz, saben que si se dividen pierden. Quieren seguir siendo CPR, pero no ilegales. Tienen un modelo socialista donde lo único privado es la casa y la huerta". Durante 10 años no manejaban dinero, sólo trueque. Ahora se enfrentan a la irrupción del dinero.

Se rigen asambleariamente. El comité elegido planifica en todos los aspectos a un año vista En Primavera tienen claro que prefieren ser asociación que cooperativa, para restringir el control estatal. Como asociados, podrán ser propietarios de las tierras, ahora técnicamente propiedad de la diócesis. Por ahora, en las CPR no han entrado ni los militares ni la justicia. Tienen su propio comité de vigilancia. ¿Cómo funciona? "Pues vigilando', me dicen", cuenta Castro.

Pero en Primavera saben que los problemas están por llegar. Y saben que, pese a que en el imaginario indígena no tiene cabida una existencia sin tierra, hay que encontrar alternativas no ligadas al cultivo del suelo. El papel de las mujeres es decisivo. "Ellas se han echado adelante porque los hombres siempre tienen más miedo", dice Ulrike. Por decisión de las mujeres, en Primavera no se vende alcohol. Y ya 40 viudas han montado talleres de tejidos típicos y de artesanía.

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