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Sexo con niños

Como si se tratara de una plaga, casi todos los días aparecen noticias sobre un caso de pederastia más. Se trate de un abuso en el ambiente familiar o a través de redes organizadas, la explotación sexual de menores está ocupando, por su escala, un lugar central entre las sevicias del fin de siglo. ¿Se trata realmente de un fenómeno de magnitud inaudita o son los medios de comunicación quienes le están procurando esta visibilidad? ¿Degenera un grado más la sociedad o simplemente avanzamos en su mejor conocimiento?Las interpretaciones son de variada índole. Una tesis, muy afinada, implica tanto a la mujer como al sida en el desarrollo de la pederastia. Según esta explicación, y atendiendo a que los pederastas son hombres, el auge de la perversión se relacionaría con el auge de la mujer. O, más exactamente, con la trasformación del antiguo prototipo femenino, sumiso, infantilizado y pasivo, en un modelo personal más firme, independiente y en acción. La fantasía erótica masculina, falta de su antiguo objeto de deseo, buscaría en la figura de niñas y niños la imagen delicada y frágil que está desapareciendo con la afirmación de la mujer. Complementariamente -sigue esta tesis- el miedo al sida estimularía la demanda sexual de menores, potencialmente mejor resguardados de los riesgos de la promiscuidad.

La teoría es, a primera vista, tan atractiva como intrincada. Hay otra batería de factores que dan cuenta más directa de la situación. En el centro de ellos se encuentra, junto a la relajación moral, el desarrollo y sofisticación del mercado. Los individuos con inclinaciones pederastas nunca dispusieron como ahora de tantos servicios y facilidades de cualquier clase (material y moral) para satisfacer sus deseos. De una parte, las redes de servicios han crecido. De otra, la perversión sexual ha sido abolida y todo lo que los sueños eróticos dan de sí es aceptado como legítimo en los tratados del sexo. La autorización no proviene además y solamente de las teorías; no sólo la pregonan los textos científicos. Los periódicos españoles despliegan a diario un cumplido catálogo de ofertas sadomasoquistas, coprófilas y juegos prohibidos, en general, sin que escandalicen prácticamente a nadie.

La pederastia es de naturaleza distinta a otras perversiones, puesto que conlleva un atentado contra la voluntad de otro, pero ¿cómo no advertir que, precisamente por eso recupera el valor de lo prohibido y se desliza bajo los reclamos que hablan de jovencitos en la sección Relax? La pederastia está prohibida, pero parece más clandestina de lo que efectivamente es. Preserva el valor de lo vetado, mientras se encuentra más a mano y comercializada que nunca.

El mercado censa, como un centinela, toda la potencialidad de la demanda y organiza los circuitos de producción y distribución después. El negocio existe aquí con la preexistencia del impulso, pero el impulso se multiplica con los modernos canales -aquí y en el ciberespacio- de promoción y venta. Tal como ocurre en el caso de la droga, a la que se asocia muy estrechamente la práctica de la pederastia, la prostitución de menores ha mejorado su estrategia y captación de clientes. Cuando un caso de abuso se descubre, se descubre ya una asombrosa organización detrás.

Hay también ahora más noticias de violaciones domésticas, pero pueden tenerse por vestigios de otra época y su mayor número se explica por el aumento de denuncias a cargo de víctimas antes amordazadas por la ignorancia o el terror. Lo novedoso no es este supuesto, ampliado en los medios y que probablemente se achica en la contabilidad real. Ni siquiera son novedosas las redes de crimen y prostitución, viejas como la esclavitud. El fenómeno nuevo es que por los más adelantados circuitos se trasieguen niños como muestras del último cuerpo prohibido, la última perversión proscrita, la última economía del tabú.

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