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Las incomodidades de un gran torneo

Los jugadores aceptan mal la rigidez y el mal trato que reciben de la organización

En Wimbledon nadie está exento de culpa. Cualquier aficionado, jugador, periodista que llegue al torneo queda automáticamente imbuido por una extraña sensación de culpabilidad. "¿Qué habré hecho mal?", acaba preguntándose alguna vez todo el mundo. Y es que las incomodidades del torneo y la rigidez de las normas que dictan los organizadores impiden a la gente moverse con la libertad habitual en cualquier tipo de competiciones deportivas.Los miembros del All England Club saben que tienen entre manos un torneo incomparable por su tradición y su prestigio y un negocio que produce alrededor de 7.000 millones de pesetas anuales de beneficios. Y andan con una prepotencia insoportable, que convierte cada derecho de los demás en un favor.

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Las diferencias están establecidas en todas partes y es ese uno de los aspectos que más molesta a todo el mundo. Los jugadores que son cabezas de serie, por ejemplo, tienen acceso a unos vestuarios y los que no, quedan relegados a otros. Los primeros encuentran más facilidades para coger pistas de entrenamiento y para tener coches oficiales y reciben, en general, un trato más distinguido.

"En cuanto a atenciones al jugador, es el peor torneo que conozco", afirmó el español Emilio Álvarez, que el martes ganó su primer partido en Wimbledon ante el danés Kenneth Carlsen. "Te dan un sólo pase, el transporte no va bien, no se puede entrenar, te prohiben el paso a todas partes * Ellos saben que tienen el éxito asegurado y no se paran a pensar si tú estás bien o no. Saben que vendremos de todas formas. Y se ahorran dinero".

Cuenta José Perlas, entrenador del tenista Carles Moyá, que las diferencias crean incomodidades incluso a quienes se benefician de ellas. "Carles está mejor en el vestuario de cabezas de serie. Pero eso le separa del resto del grupo de españoles y, como consecuencia, le crea cierto malestar e incomodidad", dice Perlas. Hace un par de días, Moyá se dirigía de las pistas de entrenamiento al hotel en un coche oficial y al pasar frente al club intentó parar el coche para recoger unas cosas. "El chófer se negó. Tenía una ruta marcada y aquello no entraba en los planes", dice Perlas.

La historia no es nueva. A Gabriela Sabatini le ocurrió un caso parecido hace algunos años, cuando era la tercera jugadora mundial. Pidió un coche oficial para desplazarse de las pistas de entrenamiento al hotel. Y cuando llegó, el chófer se negó a desplazar a los padres de la jugadora. "En mi orden se especifica que hay un sólo pasajero", le dijo con impertinencia a Gaby.

Una de las quejas más generalizadas se refiere a la comida. Cada jugador percibe 14 libras diarias (3.360 pesetas) como dieta. "Con eso sólo puedes comerte un plato y unas fresas con crema de leche. Y el coach te lo pagas tú", señala Álvarez. Y Perlas agrega que la comida es de las peores que se encuentran en el mundo. "Carles se dejó ayer la mitad del plato de pasta que cogió y casi toda la carne, porque no sabía a carne. Sólo se acabó el postre, las fresas".

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