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Tribuna
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El arte de irse

En La mirada del adiós el novelista de la serie negra Ross MacDonald describe el rostro pecular de quienes van a abandonar el mundo de los vivos y ven en un segundo el conjunto de su propia existencia mientras adoptan una pose que resume lo que ha sido toda ella. La política no debe encontrar necesariamente sus metáforas en la narración policiaca pero el paralelismo entre la actitud de Felipe González y de Alfonso Guerra en los últimos días parece confirmar que en los momentos decisivos es cuando se mide la talla real de un, personaje.Éste es el mejor Felipe González. Desde hace tiempo sabemos de sus titubeos, a veces con un pie en el estribo pero nunca dando el paso decisivo. Lo que acaba de hacer es la reproducción de lo sucedido en 1979 y si, como entonces, habrá quien lo interprete como una especie de chantaje sobre los delegados del Congreso socialista para mediatizar su propia sucesión, la interpretación que mejor le deja parece también la más digna de ser tomada en consideración. González se va porque se siente agotado como alternativa y porque cree que eso es lo mejor para su partido. En ambas cosas tiene razón. Es lógico interpretar que sus anteriores dimisiones fueron fallidas porque pensaba que la situación no era ésta y que, en definitiva, se presentó como candidato en 1996 porque era el único que podía sostener el voto de su partido, Ha sido el dirigente principal de la política española no tanto en la transición a la democracia como en la etapa de su consolidación. Ha cometido errores graves pero no sólo achacables a su persona. Atribuir las deficiencias de la democracia española actual al llamado felipismo es una radical simplificación que califica a, quienes hacen esa interpretación. La decisión de González devuelve a la política española ese pálpito de un poco de grandeza de la que, con frecuencia, suele carecer.

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Las mejores virtudes de Alfonso Guerra residieron en la capacidad de pacto durante la época constituyente; incluso ese humor acre que él practicaba -pero no toleraba respecto de su persona- no dejaba de tener su chispa. Pero quienes han suscrito el manifiesto en su favor en realidad practican la añoranza de quien desearía volver a tiempos en que tenía más pelo y menos abdomen. Son como esos diputados que en la celebración, un poco ridícula, dé los 20 años de las elecciones de 1977 tarareaban estribillos publicitarios.

Hubo otro periodo que fue menos positivo pero del que no se extrajeron las consecuencias oportunas. Hace más de ocho años, Alfonso Guerra debió haber asumido la responsabilidad que le correspondía por el comportamiento de su hermano pero se revolvió contra esta posibilidad como si perder una brizna del poder en el partido constituyera un desastre nacional. A su estilo político cabe atribuirle, además, una buena parte de la culpa de los males que, por desgracia para todos, ha protagonizado su partido en los años de gobierno. La imagen de Guerra como severo y ascético intelectual, lúcido estudioso de los grandes problemas de la Humanidad en el fin de siglo, nunca tuvo fundamento serio. El retrato más cruel que de é se ha hecho -y que da la sensación de responder a la verdad aparece en las memorias de Jorge Semprún cuando narra la desmedulada e incoherente discusión de un Consejo de Ministros presidido por él y centrado en el preció de la bombona de butano. El supuesto izquierdismo guerrista se caracteriza por el exceso de verbosidad y la ausencia de precisión. Convertido en marginal, se entiende que, haya resultado agotador para el partido en su guerrilla permanente, siempre carente de articulación y condensada en zancadillas y personalismos. Su pretensión de madiatizar la sucesión carece del menor fundamento.

Revel ha dado título a sus recientes memorias utilizando el símil del estado de ánimo de un ladrón que entrara en una mansión vacía para descubrir que su robo resulta ya imposible porque alguien le precedió en la tarea. Un sentimiento parecido le puede invadir al PSOE si desaprovecha la ocasión presente y no inicia una renovación a fondo en la línea de esa tendencia que ha representado González y no en la mediatización permanente por parte de Guerra. Todo el mundo se retrata también en el difícil ejercicio del arte de irse y en él, como siempre, Felipe González ha demostrado de sobra estar muy por encima de quien en otros tiempos fue colaborador suyo y desde hace ya muchos años ha sido su principal antagonista en el partido.

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