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Europa, ¿tortuga o cangrejo?

Cierto es que la peculiar complejidad de la Unión Europea hace difícil su definición en la escala zoológica. Por mi parte, después de las primeras experiencias como diputado perdido en este peculiar laberinto, la definí como un "ovni". Hace pocos días, un experto conocedor de la construcción europea, el señor Xavier Vidal-Folch, optaba por utilizar la definición zoológica que ingeniosamente le ha adjudicado el presidente del Parlamento Europeo, la de una tortuga.Este lento pero seguro animal, al que muchos hemos visto ilusoriamente batir a la veloz liebre, podría ser un símbolo en el caso de que los pasos en la construcción europea por lentos que fuesen representasen avances cuantificables en la dirección justa. Pero después del camino recorrido desde los trabajos del Grupo de Reflexión, primero, y el inicio formal de la Conferencia Intergubernamental, después, cuando nos encontramos a tres días de la cumbre de Amsterdam -que debería cerrar el proceso- es justo preguntarnos si dicho proceso camina como las tortugas o sus movimientos se parecen más a los del cangrejo.

No se puede olvidar que, después de los acuerdos de Maastricht, el compromiso de convocar la actual Conferencia Intergubernarnental tenía como objetivo fundamental completar la legitimidad democrática de las instituciones de la Unión, afectadas por un evidente déficit democrático, superar un inaceptable retraso en política social y llenar un vacío en importantes ámbitos jurídicos. Acabar con estas insuficiencias era un objetivo imprescindible para culminar la Unión Económica y Monetaria y afrontar la ampliación.

Un balance de los acuerdos mínimos y de los retoques cosméticos que se desprenden de las informaciones responsables que llegan del Consejo no parece que permita utilizar el símil de la tortuga, sino más bien el del cangrejo, porque todo apunta a que el centro de gravedad de la conferencia se ha trasladado de la preocupación por completar la legitimidad democrática a la lucha por el poder en el Consejo, acentuando el carácter intergubernamental de la Unión. Y así, podemos encontrarnos con un avance en el ámbito del mercado único y con un retraso en su regulación, con un avance en la Unión Económica y Monetaria y sin un progreso en el necesario control democrático. Para simplificar las cosas, en una cuestión tan compleja como la construcción europea, el peligro es que después de la reunión de Amsterdam quede reforzada la vertiente intergubernamental de la Unión y debilitados los elementos de protofederalismo que podían detectarse hasta ahora en el proceso.

La total resistencia a comunitarizar el ámbito de justicia y seguridad interior, la persistencia del veto en la política exterior, el mantenimiento de más de 30 materias que en el ámbito legislativo no podrán aprobarse por mayoría -y que, por lo tanto, escaparán al procedimiento de codecisión-, la negativa a modificar el proceso presupuestario eliminando los gastos obligatorios y la introducción de la Europa de las dos velocidades con el eufemismo de la flexibilidad componen una lista a la cual hay que añadir la negativa a tratar la cohesión económica y social, más allá de los grandes principios, o a relacionar la política de empleo con la política económica. Esta lista no exhaustiva justifica, sin duda, el temor de que en orden a la Europa política se esté caminando hacia atrás.

Una situación como la que hasta hoy se dibuja, tan alejada de los planteamientos del Parlamento Europeo recogidos en el informe Dury / Maij-Weggen, nos coloca a los europeístas en una difícil situación a la hora de pronunciarnos sobre la modificación de los tratados tal como hasta ahora se está configurando: o denunciar los resultados y llamar a los Parlamentos estatales y a los ciudadanos a decir "no" al mensaje falsamente optimista de los Gobiernos sobre el compromiso de mínimos o contribuir a la presentación de unos resultados posibilistas que cuestionan la responsabilidad del Parlamento Europeo. Un Parlamento que, como es sabido, si bien no tiene capacidad formal de rechazar la propuesta de modificación de los tratados, sí que políticamente su opinión tiene un valor, valor que puede llegar a perder si una y otra vez, ante el temor de empeorar la situación y el miedo a hacerle el juego a los antieuropeístas, olvida las exigencias que ha planteado. Cierto es que estos últimos días, tras las elecciones en Francia, la actitud del nuevo Gobierno encabezado por Lionel Jospin ha ocasionado un sobresalto en el seno del Consejo. Falta ahora por ver si se trata sólo de un sobresalto que se atenuaría con buenas palabras o si la actitud de la izquierda francesa tiene una firmeza que pueda abrir nuevas expectativas.

En todo caso, que nadie se engañe. El avance hacia la moneda única y la ampliación sin- una consolidación de la Europa política y social, y un refuerzo del ámbito de la justicia europea, puede llevamos a un callejón sin salida, una situación que todos estamos obligados a valorar desde nuestras responsabilidades. Convendría no confundir a la tenaz tortuga con el huidizo cangrejo ni la contribución al posibilismo con el silencio ante errores que pueden convertirse en irreparables.

Antoni Gutiérrez Díaz es vicepresidente del Parlamento Europeo y eurodiputado de lU-lC.

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