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LAS VENTAS

Eugenio de Mora, por la puerta grande

Eugenio de Mora salió a hombros por la puerta grande: esta es una verdad objetiva. Otra verdad objetiva es que muchos aficionados protestaron esa salida a hombros por la puerta grande, las orejas que le dieron la injustificable magnanimidad del presidente, la altura en que están dejando la plaza de Madrid, que es -afirman- la del betún.Si, como suele ser usual, sé dijera que Eugenio de Mora abrió la puerta grande de Las Ventas tampoco sería una ver dad objetiva. La puerta grande de Las Ventas le ayudaron a abrirla, que no es lo mismo Con un colaborardor lote de novillitos de enternecedora nobleza rayana en la santidad, un numeroso paisanaje partidario presente en el tendido, un apoderado de la casa y un presidente adicto, eso estaba hecho.

Puerto / Mora, Iniesta

Dos novillos de Puerto de San Lorenzo (cuatro fueron rechazados en el reconocimiento), sin presencia, 1º inválido, 2º devuelto por este motivo.De Alejandro Vázquez: 2º, sobrero, tipo era¡, inválido, devuelto, sustituto, sin trapío, también inválido; 4º, con cuajo, manso; 5º, bien presentado, pastueño, De Alcurrucén: 3º, terciado, noble; 6º, con trapío, manso. Eugenio de Mora: dos pinchazos y dos descabellos (aplausos y también pitos cuando saluda); estocada trasera (oreja con algunas protestas); estocada (dos orejas con muchas protestas); salió a hombros por la puerta grande. José Antonio Iniesta: media perpendicular caída perdiendo la muleta (silencio); estocada perdiendo la muleta (ovación y salida al tercio); estocada corta caída (palmas). Plaza de Las Ventas, 8 de junio. Dos tercios de entrada.

. Claro que Eugenio de Mora tenía que poner de su parte, y lo puso. El joven matador recibió a dos de sus novillos con largas cambiadas de rodillas, trazó buenas verónicas en un quite se esmeró en los derechazos, dibujó los pases de pecho y algunos de trinchera también, dio buenos naturales ligados y reunidos en su segunda faena mató con entrega y acierto.

Tampoco sería justo exigirle a Eugenio de Mora mayores empresas. Los reproches que se le pudieran hacer de torear fuera cacho, con acentuada superficialidad y escaso ajuste, abuso del pico y cierta prevención a tomar la muleta con la izquierda -lo que hacía en las postrimerías de sus aclamados muleteos- aun siendo también verdades objetivas, no constituyen sorpresa. Eso mismo hacen exactamente las actuales figuras del toreo (a veces con rnenos ligazón y gusto) y copan abonos, cobran fortunas, las proclaman fenómenos de la naturaleza.

Por tres orejas a cero venció Eugenio de Mora en el mano a mano que sostenía con José Antonio Iniesta y esta nueva verdad objetiva exige asimismo matizaciones: José Antonio Iniesta tuvo enfrente peor ganado. Sus novillos, francamente deslucidos, sacaron una mansedumbre declarada cuyas huídas y querencias planteaban problemas insolubles para quien no tuviese experiencia y maestría; y ya se puede suponer que esas no son pertenencias propias de novillero.

Dentro de las dificultades, sin embargo, el albacetense José Antonio Iniesta dejó patentes sólidas muestras acreditativas de sus excelentes condiciones toreras, que no merecían en la ocasión ni orejas ni puertas grandes -es evidente- pero sí deberían reportarle contratas y franquearle el paso a más importantes metas.

Buen capotero Iniesta, según se apreció, suyas fueron las mejores verónicas de la tarde y asimismo par de medias verónicas de categoría extra, muy en el aire de aquel antiguo y malogrado Curro Puya, estilista paradigmático del toreo de. capa. Suyas las formas muleteras clásicas, cruzado, la pañosa presentada plana, advertido de cargar la suerte en el instante adecuado dentro de los tiempos del toreo que prescriben las tauromaquias. Y si unas veces le salió bien, eso que le valió el serio empeño; y si mal porque las embestidas no venían boyantes, ya cambiará la suerte.

Todo cuanto se ha dicho se refiere a cuatro novillos; los otros no cuentan. Llevábamos casi hora y media de función y aún no había empezado realmente la novillada. En esa hora y media sólo aparecían unos animaluchos endebles, tipo eral, que rodaban por la arena. Devolvieron dos, los sustitutos no mejoraban la raza y aquello parecía la becerrada nocturna de una plaza de talanqueras. Y estábamos en Madrid, castillo famoso. Pobre plaza: su historia hecha burla; su categoría tirada a la altura del betún; su solemne puerta grande convertida en un coladero.

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