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Los errores del euro

Desde hace algunos años venimos diciendo numerosos economistas que la creación de la moneda única constituiría para los europeos un grave error económico y social, especialmente si se imponía antes de que la Europa comunitaria hubiera alcanzado a ser un mercado único. También fuimos muchos los que predijimos que el Sistema Monetario Europeo resultaría inestable, como se vio en 1993. Los burócratas de la Europa única siempre han apartado de un papirotazo esas críticas, invocando razones políticas de dos tipos: que la ilusión de la moneda única era la sola manera de imponer al pueblo la necesaria reforma de las finanzas públicas; y que la creación de una Autoridad monetaria central era la mejor forma de conducir a los pueblos hacia la deseada unificación política de Europa. Los burócratas sólo tiemblan cuando en Dinamarca,. Reino Unido, Francia, Suecia o Alemania habla el pueblo soberano.Cierto es que en España la aplicación de los criterios de Maastricht ha resultado muy conveniente para nuestra economía. Una menor inflación, la estricta contención del déficit y la deuda, y la consiguiente reducción de los tipos de interés han favorecido el sano crecimiento de la actividad. En efecto, el equilibrio de las finanzas públicas fomenta el crecimiento cuando viene acompañado de una mínima flexibilidad de los mercados. Tal ha sido el caso de Portugal. Tal es el de España. Los dos últimos Gobiernos han promovido una mayor apertura del mercado laboral, una amplia privatización de empresas públicas, y la generalización de la competencia: por ello hemos soportado la imposición de reglas de ortodoxia financiera mejor que países vecinos más rígidos, cuales son Francia o Alemania. Aquí, la ilusión de la moneda única nos está animando a soportar los necesarios sacrificios.

Yo prefiero que las cosas se hagan a las claras, buscando el equilibrio de la Hacienda, no porque corramos tras el señuelo de una unificación monetaria, sino porque es bueno en sí. Así lo han conseguido Canadá o Nueva Zelanda, así lo intentan los polacos y los checos. Sólo una situación desesperada puede aconsejar la búsqueda de la estabilización -a través de la fijación de los cambios extranjeros.Pero, entiéndase, mi crítica no se dirige a los criterios de Maastricht, sino a la idea de que no puede haber mercado único sin moneda única. Cito otra vez el Canadá: su economía está unida a la de los EE UU, pero el dólar canadiense flota frente al dólar americano. Soy aún más crítico de la idea de que es posible poner el carro delante de los bueyes y unir las monedas antes de fundir las economías. El florín holandés, el chelín austríaco flotan junto al marco alemán con tanta facilidad porque es tan vivo su comercio mutuo y tan unísona su acción empresarial.

También es cierto que la moneda única facilitaría los intercambios comerciales y evitaría algunas fluctuaciones extremas de las monedas europeas de las que caen como un granizo sobre empresas incautas. Pero, otra vez digo que si se quiere que corra una moneda única sin grave daño para la economía real de las diversas naciones, es indispensable que toda Europa funcione como un mercado flexible, abierto, competitivo, especialmente en lo laboral. Si hay rigideces inamovibles, como las hay en Francia, lo más prudente sería inistir primero en su paulatina dulcificación. Luego, cuando los franceses se hubieran modernizado, no les sería tan gravoso atenerse a las estrictas reglas de la ortodoxia monetaria.

La victoria del socialismo profundo en las elecciones francesas no es el resultado de un mal cálculo de Chirac, sino de los líderes europeos todos, al querer imponer a una opinión pública recalcitrante el trágala del euro. Dice Kohl que, o hacemos la Unión Monetaria ahora, o no la hacemos nunca. Si la cosa es tan buena, ¿por qué esos miedos? Como europeísta convencido que soy, lamento que hayamos elegido el camino equivocado para conseguir la unión y la prosperidad de nuestras naciones. Querido lector, no sonría con escepticismo. Usted ¿cuántos idiomas europeos habla? Yo, seis.

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